El nieto de Estela de Carlotto decidió tomar en cuenta el llamado de su propia alma infantil que sabía desde tiempos remotos que era hijo de una madre y un padre desaparecidos. Al menos sabía que sus padres de crianza le habían ocultado algo esencial de su sí mismo.
Si todos nosotros con nuestros sufrimientos a cuestas pudiéramos seguir el llamado de nuestro niño interno que nos envía señales claras, y si nos otorgáramos la posibilidad de constatar que el acceso a la verdad no puede lastimar a nadie, por más que el “yo engañado” de nuestros padres o de nuestros seres queridos supongan que hay algo que no debe decirse; entonces sabríamos que la verdad siempre cura, siempre sana, siempre genera amor y compasión por el prójimo.
No hay nada más reparador que la verdad. Y nada más depredador que la mentira, el ocultamiento o la tergiversación de la realidad.
En la medida en que seamos más los individuos que buscamos nuestra verdad y que miramos con ojos abiertos las realidades de las que provenimos –por fuera de las interpretaciones, las convenciones o lo correcto- se hará presente una fuerza verdadera que contagiará a los demás. Así serán tocados por una varita mágica los más de cuatrocientos nietos argentinos que saben que son hijos de desaparecidos -porque todo su ser lo grita y el alma del niño que han sido se los recuerda-. Sin embargo ellos necesitan la habilitación de todos nosotros, hombres y mujeres viviendo en el seno de nuestra verdad, para saber que nada peor les puede pasar. La verdad nos cuida a unos y a otros. Nos organiza. Nos alivia. Y nos abre las puertas de nuestro propio paraíso terrenal.
Laura Gutman
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