miércoles, 30 de mayo de 2012

John Holt: "Freedom and Beyond".


John Holt: “Freedom and Beyond”.
Este hombre no deja de sorprenderme con cada libro. Andreu, mi pareja, siempre me pregunta si aun tengo algo que aprender de John Holt o si aun me aporta algo otro libro de él. Evidentemente que sí me aporta mucho este gran autor con cada uno de sus libros.

En "Freedom and Beyond" no habla tanto de como aprenden los niños o qué es lo que entorpece su aprendizaje. Habla mucho sobre la libertad de cada persona y lo difícil que puede ser llegar a ser uno mismo y vivir de una forma autentica. También habla (critica) sobre la escuela y como condiciona esa libertad genuina de todo niño. Habla de disciplina, autoridad, libertad de elección, pobreza, cómo aprender a leer sin escuela… Cada página es un placer y continúo subrayando frases y más frases. No puedo leer sin un lápiz en la mano. Es como si me perdiera algo. Me encanta volver a ojear libros que he leído hace años y repasar las líneas subrayadas o releer párrafos enteros.


Aquí os lo podéis descargar entero.  

Aquí  toda su obra.

Aquí los podéis encontrar todos de segunda mano.





Os dejo algunas frases y párrafos de este libro:

“The more we teach them, the less they can teach us”.
Cuanto más les enseñamos,  menos nos pueden ellos enseñar a nosotros. (Hay días que tengo la sensación de que cuanto menos les enseño a mis hijos más aprenden).

“The way to get people to lower their barriers is to create as much as we can a situation in which they feel no need for them”.
La mejor forma de conseguir que la gente baje su barreras es creando, tanto como podamos, situaciones en las cuales ya no tengan la necesidad de usarlas.

… “whatever a student may be interested in, we can always find clever ways to lure him into thinking about things that we think are more important, because they are closer to conventional school subjects”…
… sea lo que sea que le interese a un niño, siempre podemos encontrar formas inteligentes de hacerle pensar o de que llegue a interesarse por cosas que nosotros pensamos son más importantes, precisamente por qué se parecen más a las asignaturas de la escuela convencional… (eso qué sería... manipular, dirigir, convencer...) 

“On a warm spring day we sat outside on the grass and discussed what it might be to be able to direct one’s own learning, explore the world in one’s own way instead of someone else’s”.
En un cálido día primaveral nos sentamos en la hierba y comentamos/discutimos qué podría ser/cómo sería dirigir uno mismo su aprendizaje. Explorando el mundo a nuestra manera en vez de la manera de otro. (Yo diría: explorando el mundo a nuestro modo y como más nos guste y no cómo otros tienen planeado/pensado que lo hagamos).


Podría seguir poniendo más pero prefiero que lo leíais los que sabéis inglés. Es una lástima que la obra de este gran hombre no esté traducida al castellano todavía.


martes, 29 de mayo de 2012

domingo, 27 de mayo de 2012

La educación prohibida.

Aquí os dejo esta página que me ha pasado un amigo. Parece muy acertada en cuanto a educación libre y autónoma. Hace una crítica a la escuela y sus objetivos principales.

¿Quiénes son?  Son un grupo de jovenes con ganas de cambiar el mundo empezando por la educación que los niños reciben.





LA EDUCACIÓN PROHIBIDA es un proyecto que no está motivado por fines lucrativos, a continuación detallamos los objetivos finales del proyecto, que son enteramente de bien público y social:


Promover el desarrollo de una educación integral del ser humano, que respete los procesos de desarrollo de las personas y se centre en el niño.
Difundir los proyectos educativos que trabajan con las ideas de la película y que se encuentran en desarrollo en la actualidad en Sudamérica y España.
Sembrar las ideas y principios de la cultura libre, mediante la liberación de los derechos de la película para que pueda ser bajada de la red, copiada, distribuida y vista en el hogar, escuela o instituto sin impedimentos legales.
Comunicar a jóvenes, padres y docentes sobre la importancia que la educación tiene en nuestras vidas y fomentar un cambio de conciencia en torno a las formas de educar.

 

viernes, 25 de mayo de 2012

Cómo ser un padre o una madre Unschooler y no morir en el intento.



Hace ya algún tiempo oí decir a una mamá: "Es muy fácil esto de ser Unschooler, siempre y cuando tu hijo lea antes de los 7/8 años, sepa sumar/restar... antes de los 9 o se vaya interesando por cosas/temas continuamente". Luego hizo la pregunta del millón: "¿Qué pasa si tu hijo llega a esa edad y todavía no lee, ni suma ni muestra interés por tal y cual cosa/tema?".




Esa mamá, en mi opinión, tiene mucha razón. Es verdad que es fácil ser Unschooler mientras todo fluye y van preguntando y aprendiendo y nosotros evaluando todo lo que saben o no. Sobre todo si van aprendiendo a un ritmo parecido al que nosotros teníamos o tenemos en mente. ¿Pero qué pasa cuando sólo juegan y juegan?, ¿Cómo nos sentimos cuando van pasando los días, las semanas y los meses y siguen sólo jugando y jugando?



Entonces es cuando nos vienen todos los miedos y las "ganas" de empezar a hacer algo más académico, estructurado, programado... y es cuando, casi sin darnos cuenta, empezamos a querer dirigir. En esos momentos-días es cunado nos damos cuenta de si realmente somos o no unschoolers. Si empezamos a escuchar lo que nuestra mente escolarizada nos dice y le hacemos caso es fácil caer en la trampa de: "esto no es para mi o es que mis hijos quieren y piden clases formales" o cosas por el estilo. La confianza plena en ellos y en sus procesos de aprendizaje naturales es lo que más cuesta de mantener en esos momentos de tanto, tantísimo juego y tan poco, poquísimo aprendizaje académico. ¿Qué necesidad real tiene un niño de esa edad? ¿Qué necesitaría saber que no sepa ya? ¿Quién es realmente el que quiere/necesita que el niño sepa o no sepa esto o aquello?



Es relativamente fácil olvidarse de que los niños, solamente ellos, saben perfectamente lo que necesitan saber para conseguir lo que necesitan o quieren en ese preciso momento de su vida. Y da la casualidad de que lo que ellos necesitan casi nunca coincide con lo que nosotros tenemos planeado o pensado para ellos. ¿Por qué será? Sinceramente, no lo sé. Lo único que sí sé es que si juegan es por qué así lo necesitan y por qué así es como la naturaleza los ha programado. Si no fuera así simplemente no lo harían. No sucedería.



Si nos paramos a escucharles y mirarles (sin intervenir y a poder ser sin que ellos de den mucha cuenta) mientras juegan podremos apreciar que su juego tiene mucho que ver con la vida que están viviendo en ese preciso momento-instante. Repito, no hay herramienta mejor que el juego espontáneo o simbólico de un niño ni sustituto alguno para que ellos vayan y puedan ir entendiendo como funciona el mundo a su alrededor. Ese juego libre les va preparando para el aprendizaje formal. Por mucho que nosotros les digamos que esto es mejor que esto otro o que así no le va a salir o que cuando sea mayor ya lo entenderá... nada les va a servir mejor que su propio esfuerzo, experimentación, simbolización, motivación...



Jugando a tiendas, por ejemplo, van interiorizando, aprendiendo, entendiendo como es el mundo a su alrededor y como funcionamos y actuamos los adultos: Mientras unos venden algo otros lo compran. Unos ganan dinero vendiendo cosas mientras otros tienen que hacer algo (ir a trabajar) para poder conseguir dinero para luego poder comprar lo que este otro vende... ¿Por qué aprender y entender todo esto es menos importante que saber sumar, restar o poder dar el cambio bien?. Sólo tenemos la niñez para jugar de este modo e ir construyendo todas las estructuras neuronales. Ya tendremos el resto de nuestra vida para aprender lo demás.



Y si alguien viniera y nos dijera que todos los niños hasta la adolescencia (12/14 años) deben jugar y debemos dejarles jugar para que luego puedan aprender todo lo demás. Y si eso saliera en la tele o saliera en todos los periódicos o algún experto lo comunicara. A caso, ¿no podría esto ser cierto? Una hipótesis: Si una o dos generaciones de personas lo hiciéramos (les dejásemos jugar hasta saciarse). Seguro que la siguiente generación ni se lo plantearía, ¿verdad? Nadie se sentiría mal por ver a niños de 7, 8, 9 o incluso 10 años jugar todo el día aun que no supieran leer o escribir o sumar o multiplicar... ¿verdad?



Volviendo al día de hoy. Nos hemos preguntado por qué hoy sí nos sentimos "mal" cuando nuestros hijos tienen temporadas que sólo quieren jugar. El juego también les alimenta, tanto física como emocionalmente. A caso no será por qué alguien (los suelen llamar expertos), no sé cuando, nos dijo que a los 5 años hay que saber tal y cual o que a los 8 años hay que dominar esto o aquello...



Resumiendo, es verdad que si nuestros hijos están viviendo aquí, hoy, en esta sociedad que dice qué hay que hacer esto y saber esto otro para llegar a ser o hacer esto o aquello pues tendrán que adaptarse y hacerlo, ¿no? Pueden o no querer adaptarse para hacerlo pero lo que sí deberíamos tener claro y no olvidar nunca es que no son ni han sido ellos (nuestros hijos) los que lo han decidido, pensado, planeado... Alguien "superior" lo decidió y si nuestros hijos no siguen ese patrón es por que no es el suyo. No es de su talla por mucho que nosotros nos empeñemos en ponérselo. Yo solo veo dos opciones (quizás haya muchas entremedias). O seguimos al rebaño y hacemos lo que otros han decidido previamente por nosotros sin ni siquiera preguntarnos ni consultarnos o somos quienes realmente hemos venido a ser con todas sus consecuencias. Supongo que también puede haber una postura intermedia pero yo no la acabo de ver.



Jugar a ser animales es realmente espectacular. Ver a mis hijos siendo un conejo, luego un tigre, una vaca, un tiburón... Me ha hecho darme cuenta de que saben muchísimo más de lo que nos podemos imaginar. Saben ponerse en la piel del otro: pueden llegar a simbolizar-interpretar lo que tal o cual animal siente en un momento determinado. En sus juegos se van cambiando los personajes y cuando son varios niños es muy interactivo el juego que surge. Se van diciendo los unos a los otros: "ahora yo soy la vaca y tu el cordero y cuando venga el lobo tu tienes que tal o cual..." Entonces puede salir uno diciendo que él no quiere ser ese animal por qué no siente que pueda escenificarlo tal y como lo es o lo ve en realidad... No pretendo ni quiero "psicoanalizar" lo que sucede en las cabecitas y los cuerpos de los niños mientras juegan pero sí quiero enfatizar que el juego, cualquier juego, es mucho más significativo y terapéutico para ellos de lo que nosotros (los adultos) podemos ver o imaginar con nuestras mentes codificadas y escolarizadas.



Qué decir de los juegos de personajes. Uno es el papá, el otro la mamá, el hijo, la hija, un caballero, soldado, policía, vecino, familiar... Si prestamos un mínimo de atención a este tipo de juegos podemos "ver" mucho. Oír y ver a nuestros hijos en sus papeles-representaciones nos ha ayudado mucho a entender el porqué de muchas cosas que les pueden estar pasando. Alguna vez me he visto a mi misma reflejada en esos juegos y no me ha gustado nada la imagen que he visto. Eso me dice mucho de cómo ellos me ven en determinados momentos de su vida y me ayuda a estar más presente y a cambiar y mejorar. ¿A caso la psicología del comportamiento humano no es tan o más importante que el leer o escribir? Ellos saben mucho sobre esto, incluso más que muchos adultos. La comprensión, la tolerancia, la empatía... también se aprende de este tipo de juegos.



Mis hijos llevan una temporadita muy juguetones. El calor, la primavera, el pasar muchos días al aire libre... les da una energía totalmente diferente de la que reciben en otoño e invierno. Se descalzan, se desnudan, se mojan, se ensucian... Se pasan horas y horas jugando en la naturaleza con sus amigos: escalan montañitas y arboles, hacen cabañas con palos y troncos, se bañan en los ríos o la playa, corren, se persiguen, hacen ver que son animales, hacen teatro, pintan, dibujan, saltan, botan... no paran y cuando llegamos a casa se ponen con el lego, los animales de goma, las muñecas, la plastilina, materiales desestructurados... Hay días que solo, únicamente, han jugado y jugado. Y ahora - hoy puedo decir que llevan, incluso, una o dos semanas simplemente jugando espontánea y libremente. Les veo tan felices…



Ya sabéis que nosotros usamos bastante el coche (muy a mi pesar) para ir a ver nuestros amigos y demás familias. Incluso en el coche atados juegan y juegan a ser personas diferentes y lo asombroso es que juegan como si yo no estuviera y me encanta, apasiona, fascina poder estar en medio de todo ese juego y poder aprender tanto de ellos con solo observar y escuchar. A mi la psicología del comportamiento humano (el por qué somos cómo somos y por qué hacemos lo que hacemos) siempre me ha gustado e interesado mucho pero desde que soy mamá me fascina. Ser mamá me está ayudando mucho a entender tantas cosas de mi propia infancia que tenía algo confusas.



Tengo que y debo reconocer que hay días puntuales que me pregunto cuando volverán a hacer esto o aquello. Pero tal y como me viene eso en mente se me va  (no dejan de hacer preguntas-pero eso es todo lo formal que hacemos últimamente). He de decir y reconocer que de una simple pregunta, muchas veces, hemos hecho todo un gran trabajo a nivel de conversación y comprensión. Y esa información la suelen recordar siempre ya que fueron ellos quienes hicieron la pregunta y mostraron un interés genuino por ese tema en cuestión. Escucho mi mente pero no me creo todo lo que me dice. Escucho mi corazón y hago todo lo posible por hacerle caso. Ese es mi secreto.

miércoles, 23 de mayo de 2012

El agua de mar como alimento: Descubre sus propiedades.



En este video de 4 minutos (escrito por Ángel Gracia) se habla de las investigaciones que hizo René Quinton en 1904. Él investigó y comprovó cientificamente los beneficios terapéuticos y preventivos del agua de mar:




En este otro de 6 minutos nos hablan de todo el trabajo de René Quinton el cual hoy en día se mantiene a la sombra:



¿ POR QUÉ no se sabe todo esto? Pues, sencillamente no es negocio para las farmaceuticas. Es más negocio curar la enfermedad que mantener la salud.


Los libros del Dr. Ángel Garcia: http://www.agua-de-mar.org/SEAWATER/Libros.html




Este es uno de sus libros.


INCREÍBLE , EL AGUA DE MAR SE PUEDE ACABAR.


El agua de mar se puede acabar si todo el mundo quiere beber de ella.


Ridículo, pero esta es la razón aducida por la Guardia Civil para obligar a unos ganaderos de Lleida a devolver al mar el agua cargada en una cisterna y denunciándoles por haber tan solo intentado llenar la misma.

El artículo completo en el blog de Josep Pàmies .

lunes, 21 de mayo de 2012

¿A qué hora van tus hijos a la cama?

Los mios suelen ir a la cama una o varias horas después de dormirse. Esto es lo que contestó el marido de Sandra Dodd. El los lleva a la cama una vez dormidos.


El día que leí esto algo se movió dentro de mí e immediatamente me dí cuenta que la cama no es el único lugar donde podemos dormir si no que hay muchos otros sitios donde poder dejarnos llevar por ese dulce sueño (viaje) acompañados de nuestros seres queridos. Para mí la cama es, quizás, el mejor lugar para pasar la noche pero os puedo asegurar que mis hijos necesitan, quieren y les encanta dormir en nuestra compañía sea donde sea. Nosotros practicamos el colecho (dormimos los 5 juntos). Tenemos dos camas de matrimonio y una de individual, todas ellas pegadas la una con la otra. Casi 3 metros y medio de cama.

Muchos días subo con ellos a la cama y nos quedamos dormidos juntos. Otros días espero hasta que se duermen y luego bajo yo. Hay muchos que no lo consigo y también me quedo dormida o cuando bajo estoy tan cansada que ya no puedo hacer lo que tenía pensado. Pero hay muchos otros que quiero y necesito hacer cosas: leer, escribir, hablar con Andreu, ver una peli/documental, buscar información... y esos días es difícil hacerlo si tenemos que esperar a que estén los 3 dormidos. Ellos no quieren subir a la cama solos aun que estén que se caen de sueño. Necesitan que estemos cerca o presentes. Tanto Andreu como yo los llevamos  a la cama una vez dormidos. Prefieren/quieren dormirse cerca de nosotros. Hay días que se duermen en el sofa mientras les leo o mientras ven una peli...

Aquí os pongo unas fotos de cómo, cuándo y dónde se duermen, a veces, nuestros hijos mientras nos hacen compañía.




Lástima que no la puedo girar. Aquí Urtzi en el suelo del comedor. Le gustó más hacerse una "cama" de cojines que ponerse sobre el sofa.




Aquí Naikari hace unos meses a la hora de la siesta. Al tener sólo un brazo libre no podía escribir pero por lo menos me puse al día con los correos y pude leer algún que otro artículo interesante.




                                                       Ainara en el sofa del comedor.




Aun no están dormidos Urtzi y Naikari en esta foto pero poco les faltó. Esto fue un dia después de comer mientras yo estaba leyendo en la terraza.




                            Esta foto es de hace un año aproximadamente. Naikari hecha un bolita.




Ainara en el suelo de la cocina. Ella suele dormirse a mi lado en la cocina mientras yo escribo.




                                  Naikari placidamente durmiendo mientras yo leo a su lado.










                         Aquí Naikari usando a su papi de sofa mientras el lee en el ordenador.




          En esta Urtzi se quedo dormido en esta postura en el sofa. Esta foto es de hace casi un año.




                                                     Ainara en el suelo de la cocina.




                                                                Naikari en el salón.




Ainara (otra vez en el suelo de la cocina) hace seis meses con Musell cuando sólo tenía un par de meses (ahora es más grande que ella).



                        Aquí mis dos princesitas. A Naikari aun le faltaban un par de minutitos. 

domingo, 20 de mayo de 2012

Las Plantas Medicinales que no quieren que conozcas. Por Josep Pàmies.

Aquí os dejo el primero de 7 cortos videos. Josep Pàmies nos explica como se paso de la agricultura convencional a la ecológica. Nos explica de una forma sencilla y coloquial como no enfermar y si enfermamos, cómo sanarnos. También nos habla de las empresas/industrías que suministran las semillas que son las mismas que nos venden los medicamentos... Información importantísima. Nos hace abrir los ojos y nos da una información valiosísima sobre muchos aspectos de la vida. Después de oirle ya no fuimos los mismos. 

En mi opinión la clave esta en saber mantener la salud.

The Daily Groove - Scott Noelle.

::: "The Look" :::
CHILD: What are you staring at?!
PARENT: You. :-)
CHILD: *Why??*
PARENT: Because I love you so much...
   I'm just... amazed!  I never knew I had so
   much love in my heart... I feel so blessed...
   I'm so happy that you're in my life... I just
   want to savor this moment . . . .  I want to
   burn it in my memory... I want to remember
   it whenever I feel disconnected from you,
   because this Love is so powerful that there's
   no hurt it can't heal! Even if I sometimes
   forget, this Love will always be here...
   Right here in my heart...
   I will always, *always* love you!

Today -- for no reason at all -- let your heart
bust open and give your child "The Look."
You need not say a word: The Look says it all.
Re-read the dialogue above and imagine you're
the *child* -- on the receiving end of The Look.
Or stand in front of a mirror and give *yourself*
The Look.
Isn't it delicious to be seen through the eyes
of Pure Love?
http://dailygroove.net/the-look

jueves, 17 de mayo de 2012

Autodisciplina: Alfie Kohn.

PHI DELTA KAPPAN
Noviembre 2008

Por qué está sobrevalorada la autodisciplina
La (inquietante) teoría y práctica del control desde dentro

Por Alfie Kohn

Si hay un rasgo del carácter por cuyos beneficios hayan abogado tanto los educadores tradicionales como los progresistas, bien pudiera ser la autodisciplina. Casi todo el mundo quiere que los estudiantes hagan caso omiso de sus impulsos no constructivos, resistan a la tentación y hagan todo lo que haya que hacer. Es cierto que esto nos lo recomiendan con particular fervor ese tipo de personas que desdeñan cualquier referencia a la autoestima y deploran la, según ellos, laxitud actual. Pero incluso quienes no se definen a sí mismos como conservadores están de acuerdo en que imponer disciplina a los niños (bien sea para mejorar su comportamiento, bien para que se apliquen en sus estudios) no es tan deseable como conseguir que los niños se impongan esa disciplina a sí mismos. Es atractivo para los maestros –de hecho, para cualquiera que esté en posición de relativo poder– que la gente sobre la que tienen autoridad haga por sí misma aquello que se supone que tienen que hacer. La única duda es cuál es el mejor modo de conseguir esto.


La autodisciplina se puede definir como el control de la propia fuerza de voluntad para cumplir cosas que generalmente se ven como deseables, y el autocontrol como la utilización de esa misma fuerza de voluntad para evitar hacer cosas que se ven como indeseables o para posponer una gratificación. En la práctica, a menudo funcionan como dos aspectos de la misma maquinaria de autorregulación, así que utilizaré los dos términos más o menos como intercambiables. Una búsqueda de estos términos en índices de libros publicados, artículos académicos o sitios de Internet permitirá descubrir lo difícil que es encontrar el más mínimo cuestionamiento sobre el valor de estos conceptos.


Aunque admito que es bueno ser capaz de perseverar en tareas que merezcan la pena –y algunos estudiantes parecen carecer de esta capacidad– me gustaría sugerir que el concepto, en realidad, resulta problemático desde tres perspectivas fundamentales. Preguntarse por aquello que subyace en la idea de la autodisciplina supone desvelar importantes errores acerca de la motivación y la personalidad, suposiciones polémicas sobre la naturaleza humana, y consecuencias inquietantes sobre nuestra organización en la sociedad y en la escuela. Hablaremos de retos psicológicos, filosóficos, y políticos, respectivamente. Todos ellos se aplican a la autodisciplina en general, pero son especialmente relevantes para lo que ocurre en nuestras escuelas.


I. ASPECTOS PSICOLÓGICOS. DISTINCIONES CRÍTICAS

Si nuestro objetivo principal es que los estudiantes terminen cualquier tarea y obedezcan cualquier norma que se les haya dado, entonces no se puede negar que la autodisciplina es útil. Pero si estamos interesados en el niño en su conjunto –si, por ejemplo, nos gustaría que nuestros alumnos fueran saludables psicológicamente–, entonces no está claro que la autodisciplina deba gozar de un estatus privilegiado en comparación con otras cualidades. En algunos contextos, puede que no sea deseable en absoluto.


Décadas atrás, el eminente investigador y psicólogo Jack Block describió a las personas a partir de su nivel de “control del ego” –es decir, la amplitud con que expresaban o suprimían sus impulsos y emociones. Los que tienen escaso control son impulsivos y despistados; los que tienen un exceso de control son compulsivos y carentes de alegría. El hecho de que los educadores se sientan más irritados por los primeros, y por consiguiente más inclinados a definirlos como problemáticos, no significa que los segundos no deban inquietarnos. Ni deberíamos favorecer “la sustitución de la impulsividad desenfrenada por el categórico, dominante y rígido control de los impulsos”, advertía Block. No es sólo que el autocontrol no siempre sea bueno, es que la falta de autocontrol no siempre es mala porque puede “proporcionar las bases para la espontaneidad, la flexibilidad, expresiones de calidez interpersonal, disponibilidad para la experiencia y valoración de la creatividad”. Así pues, ¿qué nos dice acerca de nuestra sociedad “la alabanza general a la idea de autocontrol”, aunque a veces pueda ser “maladaptativa y estropee la experiencia y el disfrute de la vida”?


[1] La idea de que ningún extremo puede ser bueno no debería ser particularmente polémica, aunque algunos investigadores que claman por la autodisciplina rechazan explícitamente la posibilidad de que el exceso de control no sea saludable. [2] Además, la reticencia a reconocer esta importante advertencia se observa en la selección de los materiales que se publican sobre este tema. Estos materiales suelen contener afirmaciones no contrastadas como “La promoción de la autodisciplina es un objetivo importante para todas las escuelas” o “Todos los maestros deberían esforzarse por enseñar autodisciplina a sus estudiantes”.[3]
Es difícil conjugar estas afirmaciones con las investigaciones que señalan que “es probable que el comportamiento disciplinado y dirigido, que puede ser ventajoso en algunas situaciones,… sea perjudicial” en otras.[4] No sólo se ha visto que “las consecuencias de la impulsividad no siempre son negativas”,[5] sino que un alto grado de autocontrol tiende a ir acompañado de una menor espontaneidad y una vida emocional más insípida, [6] e incluso, en algunos casos, de problemas psicológicos más graves.[7] “Las personas demasiado controladoras tienden a abstenerse por completo de consumir drogas, pero están peor adaptadas que los individuos con un menor control del ego y que han experimentado brevemente con drogas, [mientras que] las mujeres jóvenes (no los varones) con tendencia al exceso de control corren el riesgo de desarrollar una depresión”.[8] La preocupación por el autocontrol también es un aspecto clave de la anorexia.[9] Pensemos en una alumna que siempre empieza los deberes en el momento en que se los ponen. Lo que podría ser visto como una muestra admirable de autodisciplina, dado que seguramente preferiría estar haciendo otras cosas, puede que se deba en realidad a una intensa incomodidad por tener algo pendiente. Quiere –o, más bien, necesita– sacarse los deberes de encima para evitar la ansiedad. (El simple hecho de que algo parecido a la autodisciplina sea necesario para completar una tarea es señal de que no es probable que pueda derivarse ningún beneficio intelectural de esa tarea. Aprender, después de todo, no depende de lo que los estudiantes hacen sino de cómo ven y construyen lo que hacen.[10] Aceptar lo contrario sería volver a un crudo conductismo que hace mucho que fue repudiado por los académicos más serios).
De forma más general, la autodisciplina puede ser más un signo de vulnerabilidad que un signo de salud. Puede reflejar un miedo a verse sobrepasado por fuerzas externas, o por los propios deseos, que debe ser suprimido con un esfuerzo continuo. En efecto, estos individuos sufren un miedo a perder el control. En su estudio clásico Estilos neuróticos, David Shapiro explica cómo alguien puede funcionar como “su propio vigilante, generando órdenes, directivas, recordatorios, avisos y admoniciones no sólo sobre lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer, sino también sobre lo que se debe querer, sentir e incluso pensar”. [11] Las personas seguras y saludables pueden ser flexibles, abiertas al juego, las experiencias nuevas y el descubrimiento de sí mismas, obtienen satisfacción del proceso y no están tan enfocadas siempre en el producto. Un estudiante extremadamente autodisciplinado, por el contrario, puede ver la lectura o la resolución de un problema sólo en función del objetivo de conseguir una buena nota. Según la formulación general de Shapiro, este tipo de personas “no se sienten a gusto con ninguna actividad que no tenga un objetivo o un propósito más allá del propio placer, y no suelen reconocer que la vida pueda ser satisfactoria sin un sentido constante de esfuerzo y determinación”. [12] Este análisis genera un par de interesantes paradojas. Una es que, mientras que la autodisciplina implica un ejercicio de la voluntad, y por lo tanto una libre elección, muchas de estas personas, en realidad, no son libres en absoluto, psicológicamente hablando. No es que se hayan disciplinado a sí mismos, sino que no pueden permitirse a sí mismos no ser disciplinados. Lo mismo sucede con la capacidad de aplazar la gratificación, como señaló un investigador: “no sólo tenían ‘mejor’ autocontrol, sino que en cierto sentido parecían ser incapaces de evitarlo.” [13] Una segunda paradoja es que la omnipotente autodisciplina puede contener la semilla de su propia destrucción: una explosiva pérdida de control, que los psicólogos llaman “desinhibición”. De un extremo no saludable (aunque no siempre se reconozca como tal), hay personas que caen de repente en el otro extremo. El estudiante aplicado actúa de pronto de una forma atroz; el piadoso abstemio empieza a salir de juerga y emborracharse, o pasa de la abstinencia absoluta a practicar sexo sin protección de forma temeraria.[14] Además, hacer un esfuerzo por inhibir comportamientos potencialmente no deseables puede tener otros efectos negativos. Una revisión detallada de estudios relacionados con todo tipo de intentos de suprimir sentimientos y comportamientos muestra que los resultados señalan a menudo “efectos negativos (incomodidad o estrés) [y] disrupción cognitiva (como incapacidad para mantener la atención o pensamientos intrusivos y obsesivos sobre el comportamiento prohibido).” [15]
En resumen, no deberíamos sentirnos tranquilos al saber que un estudiante es especialmente autodisciplinado, o que es capaz de aplazar la gratificación (ya que el aplazamiento “tiende a ser algo sobrecontrolado e inhibido innecesariamente”[16]), o si siempre tiende a persistir en una tarea aunque no tenga éxito en ella. La última de estas tendencias, que generalmente se idealiza como tenacidad o coraje, puede reflejar en realidad un “rechazo a la retirada” que procede de una necesidad poco saludable y a menudo antiproductiva de seguir con algo aun cuando está claro que no tiene sentido hacerlo.[17] Por supuesto, no todos los niños que muestran autodisciplina, o algo similar, tienen que ser motivo de preocupación. Así que, ¿qué es lo que distingue al niño saludable y adaptativo? La moderación, quizás, y también la flexibilidad, lo que Block llama “variabilidad adaptativamente responsiva” [18] Lo que cuenta es la capacidad de elegir en cada situación si merece la pena perseverar, controlarse uno mismo, seguir las normas, más que la simple tendencia a hacer todo esto en todas las situaciones. Esto, más que la autodisciplina o el autocontrol per se, es lo que beneficiaría a los niños en su desarrollo. Pero tal formulación es muy diferente de la celebración acrítica de la autodisciplina que encontramos en el campo de la educación y a lo largo y ancho de nuestra cultura.

*
Cada vez está más claro que lo problemático de la autodisciplina no tiene que ver sólo con “cuánta” sino con “de qué tipo”. Una de las formas más fructíferas de pensar sobre este tema surge del trabajo de los psicólogos de la motivación Edward Deci y Richard Ryan. Para empezar, nos invitan a reconsiderar la forma casual en que hablamos del concepto de motivación, como si fuera una cosa aislada que uno poseyera en una cierta cantidad. Queremos que los estudiantes tengan más, así que tratamos de “motivarlos”, quizás con el uso estratégico de recompensas o castigos.


No obstante, hay diferentes tipos de motivación, y el tipo importa más que la cantidad. La motivación intrínseca consiste en querer hacer algo porque sí –por ejemplo, leer sólo porque es emocionante dejarse llevar por el relato. La motivación extrínseca existe cuando la tarea no es el objetivo en sí; uno puede leer para obtener un premio o la aprobación de alguien. No sólo se trata de dos tipos de motivaciones diferentes, sino que suelen ser inversamente proporcionales. Muchos estudios han demostrado que cuanto más recompensas a alguien por hacer algo, más posibilidades tiene de perder interés en ello que había hecho para obtener la recompensa. Los investigadores están descubriendo que ofrecerles a los niños un “refuerzo positivo” por ser generosos y ayudar termina por minar estas cualidades verdaderas, y animar a los estudiantes a mejorar sus notas tiene como resultado una pérdida de interés por el estudio.

[19] Pero los niños hacen algunas cosas que no son intrínsecamente atractivas, incluso en ausencia de alicientes extrínsecos. Seguramente diremos que han internalizado la obligación de hacerlo. Y aquí volvemos a la idea de autodisciplina (con énfasis en “auto”). Es más, muchos educadores han apostado extactamente por esto: queremos niños que se mantengan ocupados sin que un adulto tenga que estar pendiente de ellos, con el palo y la zanahoria a punto, queremos que actúen de forma responsable aun cuando nadie los esté mirando.
Pero Deci y Ryan no han terminado de complicarnos la vida. Después de mostrar que hay diferentes tipos de motivación (que no son igualmente deseables), van más allá y apuntan que hay también diferentes tipos de internalización. Esto es una posibilidad en la que pocos de nosotros habíamos pensado; hasta un educador capaz de distinguir lo intrínseco de lo extrínseco insistirá en que deberíamos ayudar a los niños a internalizar los buenos valores y conductas. Pero ¿cuál es exactamente la naturaleza de esta internalización? Por una parte, una norma puede ser interiorizada por completo, o “introyectada”, de manera que controla al niño desde dentro: “Las conductas se llevan a cabo porque uno ‘debería’ hacerlo, o porque no hacerlo puede generar ansiedad, culpa o pérdida de estima”. Por otra parte, la internalización puede producirse de forma más auténtica, de manera que esa conducta se experimenta como “volicional o autodeterminada”. Se integra por completo en la propia estructura de los valores y se siente como elegida.


Así, una estudiante puede estudiar bien porque sabe que se supone que debe hacerlo (y se sentirá fatal si no lo hace), o porque entiende los beneficios de hacerlo y quiere continuar aunque no siempre le resulte agradable.[20] Se ha comprobado que esta distinción básica es importante en los estudios, los deportes, el amor romántico, la generosidad, la implicación política y la religión –con investigaciones que en cada caso demuestran que el último tipo de internalización lleva a mejores resultados que el primero.[21] En el caso particular de la educación, los maestros pueden promover la versión más positiva minimizando “la evaluaciones impuestas desde el exterior, retos, premios y presiones” así como apoyando proactivamente el sentido de la autonomía de los estudiantes.”[22] La moraleja de esta historia es que el mero hecho de que la motivación sea interna no significa que sea ideal. Si los niños se sienten controlados, aunque sea desde su interior, es probable que se sientan en conflicto, infelices, y quizás tengan menos probabilidades de tener éxito (al menos bajo criterios significativos) en cualquier cosa que hagan. Los estudiantes con un alto sentido del deber pueden estar sufriendo lo que la psicoanalista Karen Horney llamó “tiranía del deber-ser”, hasta el punto de que ya no saben qué es lo que quieren verdaderamente, o quiénes son realmente. Lo mismo ocurre con los adolescentes que hipotecan su vida presente por el futuro: hincan los codos, perseveran hasta el extremo, se estresan al máximo. El instituto es sólo una preparación para la facultad, y la facultad una recopilación de credenciales para lo que venga después. Nada tiene ningún valor, ni proporciona ninguna gratificación en sí. Estos estudiantes pueden ser expertos en superar exámenes, acumular buenas notas y aplazar la gratificación, pero nos recuerdan lo contradictoria que puede llegar a ser la autodisciplina.


II. ASPECTOS FILOSÓFICOS. CREENCIAS SUBYACENTES


A la luz de todas estas razones para ser cautelosos, ¿por qué nos sentimos tan orgullosos de nuestra autodisciplina y autocontrol? La respuesta puede implicar valores básicos que dominan nuestra cultura. Vamos a plantearnos otra pregunta: ¿cómo son en el fondo los niños –y las personas en general– si es necesaria la autodisciplina para obligarse a uno mismo a hacer cosas de valor?


Consideremos esta reciente reflexión de David Brooks, un columnista de un periódico conservador:


En la época de Lincoln, alcanzar la madurez significaba tener éxito en la conquista del yo. Los seres humanos nacían en el pecado, dominados por pasiones oscuras y tentaciones satánicas. La transición a la edad adulta consistía en lograr el dominio de sí mismo. Podemos leer discursos del siglo XIX y principios del XX donde los oradores hablan de la bestia interior y la necesidad de dominarla con un carácter de hierro. Los libros de lectura escolares insistían en la autodisciplina. El modelo de construcción del carácter estaba centrado en el pecado.


[23] Brooks tenía razón, con una importante advertencia: el énfasis en la autodisciplina no es sólo una reliquia histórica. Hoy ya no estamos expuestos a esta retórica florida y exhortatoria, pero unos pocos minutos en Internet nos recuerdan que el concepto en sí sigue vivo y goza de buena salud en la América contemporánea –con la friolera de tres millones de resultados en Google. (También es un elemento clave en el movimiento de educación del carácter.[24]) Brooks ofrece un recordatorio útil, aunque desconcertante, sobre las creencias centradas en el pecado donde se mantiene el evangelio de la autodisciplina. Es porque vemos nuestras preferencias como indignas, nuestros deseos como vergonzosos, por lo que debemos luchar por dominarlos. La conclusión lógica es que la vida humana es una lucha constante para anularnos y transcendernos a nosotros mismos. La moraleja es el triunfo de la mente sobre el cuerpo, la razón sobre el deseo, la voluntad sobre la necesidad.[25] Lo más interesante de todo esto es cómo muchas instituciones seculares e individuos que habrían objetado enérgicamente contra la noción de que los niños son pequeñas bestias egocéntricas que necesitan ser domesticadas, a pesar de todo abrazaron un concepto que brota precisamente de esa premisa. Algunos incluso se encargan de rechazar la coerción anticuada y el castigo a favor de métodos más suaves.[26] Pero si a pesar de todo se comprometen en asegurar que los niños internalizan nuestros valores –realmente, colocando un policía dentro de cada niño– entonces deberían admitir que esto no es lo mismo que ayudarles a desarrollar sus propios valores, y es diametralmente opuesto al objetivo de ayudarles a ser capaces de pensar con independencia. El control desde dentro no es inherentemente más humano que el control desde fuera, sobre todo si los efectos psicológicos no son tan diferentes, como parece ser el caso.


Incluso más allá de la visión de la naturaleza humana, la obligación de autodisciplinarse puede reflejar una filiación tácita con el conservadurismo y su queja predecible de que nuestra sociedad –o nuestra juventud– ha olvidado el valor del trabajo duro, la importancia del deber, la necesidad de aceptar la responsabilidad personal, etcétera. (No importa que las personas mayores hayan venido denunciando a los jóvenes gandules y los “tiempos modernos” durante siglos [27]) y esta condena suele venir acompañada de una visión prescriptiva que aboga por la autonegación y que desestima sarcásticamente hablar sobre la autoexploración o la autoestima.


En su fascinante libro Moral Politics, el lingüista y crítico social George Lakoff argumentó que la autodisciplina desempeña un papel fundamental en la visión del mundo conservadora. [28] La obediencia a la autoridad es lo que produce la autodisciplina, [29] y la autodisciplina, a su vez, es necesaria para tener éxito. Su ausencia se ve como un signo de autoindulgencia y por consiguiente de debilidad moral. Así, cada vez que un niño recibe algo deseable, incluida nuestra aprobación, sin habérselo ganado, cada vez que se deja de lado la competición (y por tanto cada vez que es posible tener éxito sin tener que derrotar a otros), cada vez que recibe demasiada asistencia o cuidados, entonces estamos siendo “permisivos”, “sobreindulgentes”, fracasando en la preparación del niño para el Mundo Real. Es interesante ver que esta forma de conservadurismo no se limita a los programas de radio o los discursos de la Convención Republicana. Se infiltra a través del trabajo de investigadores clave que no sólo estudian la autodisciplina, sino que insisten vigorosamente en su importancia. [30] Por supuesto, las cuestiones fundamentales sobre la moralidad y la naturaleza humana no pueden resolverse en un artículo, está claro que el punto de partida de algunos de nosotros es radicalmente diferente del de otros. Pero en el caso de los educadores que casualmente invocan la necesidad de enseñarles a los niños autodisciplina, puede tener sentido explorar los fundamentos filosóficos de este concepto y reconsiderar si este fundamento nos da qué pensar.


III. ASPECTOS POLÍTICOS. IMPLICACIONES PRÁCTICAS


Cuando queremos comprender qué está sucediendo en un entorno determinado –por ejemplo, una clase–, a menudo merece la pena observar sus políticas, normas y otros aspectos estructurales. Por desgracia, muchos de nosotros tenemos tendencia a ignorar la forma en que el sistema trabaja y atribuye significación a las personalidades de los individuos implicados –un fenómeno que los psicólogos llaman “error fundamental de atribución”. [31] Así, aceptamos que el autocontrol sólo es un rasgo que una persona puede poseer, aunque probablemente sea más acertado pensar en ello como un “concepto situacional, no un rasgo individual”, dado que “un individuo puede desarrollar diferentes grados de autocontrol en diferentes situaciones”. Sucede exactamente lo mismo con el aplazamiento de la gratificación.[32] Pero la cuestión no es sólo que atender a los individuos más que a los entornos obstaculice nuestra capacidad para comprender. Hacerlo también tiene un significado práctico. Concretamente, cuanto más culpamos a alguien por carecer de autodisciplina, y gastamos nuestros esfuerzos en ayudarle a desarrollar la capacidad de controlar sus impulsos, menos probable es que cuestionemos las estructuras (políticas, económicas o educativas) que modelan sus acciones. No hay razón para trabajar por el cambio social si asumimos que la gente sólo tiene que esforzarse y trabajar más duro. Así, la atención que se da a la autodisciplina no sólo es filosóficamente conservadora en sus premisas, es también conservadora en sus consecuencias.


Nuestra sociedad está abarrotada de ejemplos. Si los consumidores están endeudados hasta las cejas, y encuadramos el problema como una pérdida de autocontrol, desviaremos la atención de los esfuerzos concertados de la industria del crédito para conseguir engancharnos tomando dinero prestado desde nuestra niñez.[33] Recordemos la campaña Keep America Beautiful (“Conserva hermosa América”), lanzada en la década de 1950, para animarnos a dejar de tirar papeles al suelo. Una campaña financiada, resulta ser, por la American Can Company y otras corporaciones que tuvo el efecto de culpar a los individuos y distraer de otras cuestiones, por ejemplo quién se beneficia de la producción y empaquetado de productos desechables.[34] Pero volvamos a los estudiantes que se sientan en nuestras aulas. Si la pregunta es: “¿Cómo podemos conseguir que levanten la mano y esperen a ser llamados, en lugar de soltar la respuesta de buenas a primeras?”, entonces la pregunta no es: “¿Por qué el profesor hace la mayor parte de las preguntas, y decide unilateralmente quién va hablar y cuándo?” Si la pregunta es: “¿Cuál es la mejor manera de enseñarles autodisciplina a los niños para que hagan sus tareas?”, entonces no es: “¿Realmente merece la pena hacer estos deberes, que tanto se parecen a un ‘trabajo’? [35] ¿Promueven el pensamiento y la inquietud por aprender, o sólo consisten en memorizar hechos y practicar habilidades de memoria?” En otras palabras, identificar el problema como una falta de autodisciplina equivale a enfocar nuestros esfuerzos en hacer niños conformes a un status quo que ni se analiza ni es probable que se cambie. Cada niño, además, es equipado con un “supervisor incorporado”, que quizás no actúe en su interés, pero que sí resulta enormemente conveniente para crear “una ciudadanía y una fuerza de trabajo autocontrolada –no sólo controlada”.[36] No todas las objeciones o pruebas que hemos revisado aquí se podrán aplicar a cada ejemplo de autodisciplina. Pero tiene sentido que examinemos el concepto y los modos en que lo aplicamos en nuestras escuelas. Junto a sus fundamentos e impacto político, hay razones para ser escépticos sobre cualquier cosa que pueda producir sobrecontrol. Algunos niños que parecen el sueño de cualquier adulto, algunos estudiantes aplicados, pueden ser en realidad seres ansiosos, conducidos y motivados por una necesidad permanente de sentirse mejor consigo mismos, más que por cualquier cosa que se parezca a la curiosidad. En pocas palabras, son adictos al trabajo en potencia.


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[RECUADRO]


Sobre las nubes y las diferencias de género.


Una relectura de los estudios sobre la autodisciplina.


Cuatro décadas atrás, en el laboratorio de Walter Mischel en la Universidad de Stanford, unos niños de edad preescolar se quedaban solos en una habitación después de habérseles dicho que podrían tomar una golosina (por ejemplo, una nube) si hacían sonar un timbre cada vez para llamar al responsable del experimento. O bien, si podían aguantar sin llamar hasta que él volviera, entonces la recompensa sería mayor (por ejemplo, dos nubes). Posteriormente se ha destacado que los niños que fueron capaces de esperar obtuvieron mejores puntuaciones en habilidades sociales y cognitivas una década más tarde, y también tuvieron mejores notas en las pruebas de acceso a la universidad. La lección es sencilla, según los comentaristas conservadores: deberíamos centrarnos menos en “reformas estructurales” para mejorar la educación o reducir la pobreza, y mirar más bien los rasgos que poseen los individuos, sobre todo la habilidad para ejercitar su autocontrol.[37]
Pero la historia real de estos estudios es bastante más complicada. Para empezar, la relación causal no estaba tan clara, como reconoció el propio Mischel. La capacidad de aplazar la gratificación puede que no haya sido la responsable de las impresionantes cualidades que se encontraron diez años más tarde; más bien, ambas pueden haber sido el resultado del mismo tipo de entorno familiar.[38] En segundo lugar, lo que más le interesaba a Mischel no era si los niños podían esperar para obtener una golosina mayor –la mayor parte de ellos lo conseguían [39]– ni si los que esperaban tenían más éxito en la vida que los que no lo hacían, sino cómo hacían los niños para intentar esperar y qué estrategias utilizaban para ello. Resultó que los niños esperaban más cuando se distraían con un juguete. Lo que mejor funcionaba no era “la autonegación y fuerte determinación”, sino hacer algo placentero durante la espera, de manera que el autocontrol no hiciera falta para nada. [40]
En tercer lugar, lo específico de la situación –esto es, el diseño de cada experimento– era más importante para predecir los resultados que la personalidad de un niño determinado.[41] Esto es justo lo contrario de la lección que se suele extraer de estos estudios, que es que el autocontrol es una cuestión de carácter individual, que deberíamos fomentar.
En cuarto lugar, aunque Mischel buscaba características individuales estables, su primera preocupación eran las “competencias cognitivas”, las estrategias para pensar en la golosina o dejar de pensar en ella, y cómo esas estrategias se relacionaban con otras habilidades que se medían diez años más tarde. De hecho, estos resultados subsecuentes no tenían nada que ver con la capacidad de aplazar la gratificación, per se, sino sólo con la capacidad de distraerse cuando los investigadores no proporcionaban distracciones.[42] Y esa habilidad está relacionada de forma significativa ni más ni menos que con la inteligencia. [43]
Por último, mucha gente que cita estos experimentos acepta simplemente que es mejor tener una recompensa grande más tarde que una recompensa pequeña ahora mismo. Pero ¿esto siempre es así? Mischel, al menos, no lo creía. “La decisión de aplazar o no aplazar depende, en parte, de los valores individuales y expectativas con respecto a las contingencias específicas”, escribió. “En una situación dada, pues, posponer la gratificación puede no ser una elección acertada o adaptativa”.[44]


*
Si el giro conservador del trabajo de Mischel se debe sobre todo a cómo otros lo han (mal)interpretado, no puede decirse lo mismo de un estudio más reciente, donde los propios investigadores están encantados de despotricar contra “el fracaso en el ejercicio de la autodisciplina”. Angela Duckworth y Martin Seligman despertaron una considerable atención (en Education Week y el New York Times, entre otros) por un experimento publicado en 2005 y 2006 que pretendía mostrar que la autodisciplina era un fuerte predictor de éxito académico, y que este rasgo explicaba por qué en la muestra las chicas tenían más éxito en la escuela que los chicos.[45] Una vez más, la conclusión es bastante discutible si la examinamos de cerca. Por una parte, todos los niños de este estudio tenían entre 13 y 14 años y estudiaban en una escuela elitista con pruebas de acceso competitivas, así que no está nada claro que los resultados se puedan generalizar a otras poblaciones o edades. Por otra parte, la autodisciplina quedaba determinada por el modo en que los estudiantes se describían a sí mismos, o cómo los describían sus padres o maestros, más que por algo que realmente hicieran o no. La única medida de observación de su conducta –hacerles elegir entre tener un dólar hoy o dos dólares dentro de una semana– apenas tenía correlación con las otras medidas y mostró la diferencia de género más pequeña.


No obstante, el único efecto benéfico de la autodisciplina eran las notas más altas. Los maestros dan más sobresalientes a los estudiantes que dicen, por ejemplo, que dejan de hacer algo que les gusta hasta que terminan los deberes. Supongamos que se descubre que los estudiantes que asentían con la cabeza y sonreían a todo lo que decía el maestro recibían mejores notas. ¿Significaría eso que tendríamos que enseñar a los niños a asentir y sonreír más, o deberíamos cuestionarnos el significado de las notas como variable? O supongamos que se descubre que la autodisciplina por parte de los adultos está asociada con evaluaciones más positivas de sus supervisores su lugar de trabajo. ¿Deberíamos concluir que los empleados que hacían lo que querían sus jefes obtuvieron un veredicto favorable de esos mismos jefes? Bueno, ¿y qué?


Ya sabemos no sólo que las notas sufren de bajos niveles de validez y fiabilidad, pero que los estudiantes a los que se orienta a las notas tienden a estar menos interesados en lo que están aprendiendo, y tienen más probabilidades de pensar de una manera superficial (y retener la información durante menos tiempo), y aptos para elegir la tarea más fácil posible.[46] Además, hay alguna evidencia de que los estudiantes con notas altas son, por término medio, demasiado conformistas y no especialmente creativos.[47] Que los estudiantes que son más autodisciplinados consigan mejores notas constituye un aval de la autodisciplina sólo para gente que no entiende que las notas son un marcador pésimo para las cualidades educativas que nos interesan. Y si las chicas en nuestra cultura son socializadas para controlar sus impulsos y para hacer lo que se les dice, ¿es algo bueno que hayan aprendido tan bien la lección como para ser recompensadas con buenas notas?


Más información:




(Véase Alfie Kohn, The Homework Myth [Cambridge, MA: Capo Press, 2006] y un artículo basado en este libro, en la edición de septiembre de 2006 de la revista Kappan.)


Véase, por ejemplo, su libro Punished by Rewards, ed. rev. (Boston: Houghton Mifflin, 1999); y Edward L. Deci et al.


Véase Alfie Kohn, “How Not to Teach Values: A Critical Look at Character Education,” Phi Delta Kappan, febrero de 1997.

Revisión sobre el tema en Unconditional Parenting .


Véase “Who’s Cheating Whom?”, Phi Delta Kappan, octubre de 2007.


Véase por ejemplo CBS News, “Meet ‘Generation Plastic,’” 17 de mayo de 2007, disponible en www.cbsnews.com/stories/2007/05/17/eveningnews/main2821916.shtml




Estudios revisados sobre las notas en Punished by Rewards (Boston: Houghton Mifflin, 1993) y The Schools Our Children Deserve (Boston: Houghton Mifflin, 1999).


Copyright © 2008 by Alfie Kohn. Publicado en PHI DELTA KAPPAN en noviembre de 2008, y traducido por Evarista García-Peña – con el permiso del autor. This article may be downloaded, reproduced, and distributed without permission as long as each copy includes this notice along with citation information (i.e., name of the periodical in which it originally appeared, date of publication, and author's name). Permission must be obtained in order to reprint this article in a published work or in order to offer it for sale in any form. Please write to the address indicated on the Contact Us page.
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