Ahora quiero centrarme en como les podemos
empoderar para que las cosas y sus vivencias les afecten menos y sepan
gestionarlas mejor (no se victimicen) y para que tengan otra mirada a lo que
les ocurre. En vez de querer cambiar al
otro podemos cambiar la forma en que vemos y vivimos las experiencias por tanto
dejaran de afectarnos del modo en que nos afectan. Cuando estamos
empoderados el comportamiento de los demás ya no nos afecta del mismo modo y
por tanto la necesidad de que el otro cambie ya no existe. Nosotros podemos
elegir cómo queremos sentirnos.
Cuando confiamos en el poder de resolución de
nuestros hijos, ellos son capaces de encontrar mejores soluciones. Cuando un niño se siente respetado, capaz,
tenido en cuenta y libre de nuestras expectativas puede gestionar mucho mejor
sus emociones y los conflictos con los demás. Hay veces que nos
precipitamos a la hora de querer arreglar los conflictos o simplemente nos
adelantamos a los acontecimientos. Nuestras emociones pueden llegar a
entorpecer la habilidad de actuar empoderados. Es nuestro juicio quien nos hace
adelantarnos a los acontecimientos.
Muchas veces no les dejamos expresarse
emocionalmente y ese comportamiento puede interferir en la toma de decisiones y
el poder de resolución. Necesitan poder
expresarse antes de actuar.
Cuando un niño pega, insulta, critica… a otro, por
lo general nos sentimos mal y el también. No obstante, nuestra actitud y la
forma en que abordamos el tema les puede hacer aún más daño. Las palabras, las opiniones, las criticas
tienen el poder que les queramos dar y el quedarnos como víctimas no nos ayuda
a gestionar el conflicto ni nos ayuda a sentirnos mejor ni, tampoco, a entender
el por qué la otra persona ha actuado así.
Cuando un niño pega, insulta o empuja a otro niño
es por algún motivo. No nos gusta ver como pegan a nuestro hijo y mucho menos ver como el nuestro pega a otro. Cuando uno de
mis hijos se comporta de un modo poco respetuoso con alguien lo primero que
intento hacer es validar a ambos. Le
suelo preguntar: “¿Qué te ha pasado para sentirte tan enfado?”. “Debes estar
muy frustrado para tener que pegar”. “Mira al otro niño, ¿cómo crees que se
siente ahora?” “¿Qué puedo hacer por ti para que te sientas mejor?”, ¿Qué
podríamos decirle a tu amigo para que él también se sienta mejor?”. Si partimos de la base de que nadie que se
siente bien hace mal a otro podremos entender, empatizar y validar la actitud del “agresor” sea nuestro
hijo o el hijo de otro. Hablar de sentimientos de tristeza, enfado, impotencia…
con niños muy pequeños no suele ser la mejor forma de validarles. Cuando son pequeños les es más fácil
entender y conectar con los hechos directamente y no tanto con las emociones.
Es como si pudieran conectar mejor con un hecho que con una emoción. Imaginemos
a un niño de 3-4 años enfadado y frustrado por que se tiene que ir de un sitio
por que cierran. Su madre podría decirle: “Te querías quedar más, ¿verdad?”, “no
querías irte todavía, te lo estabas pasando muy bien…”. Cuando mis hijos eran
pequeños solía describir más los hechos y no tanto sus emociones. Ahora ya
entienden mejor lo que les pasa y el por qué les pasa. Al haber sido validados
de pequeños son ellos mismos quienes le ponen palabras a sus propias reacciones
emocionales ahora. El otro día nuestra hija mayor, después de gritarle a su
hermano, nos dijo: “es que estoy tan cansada y frustrada que no puedo hablarle
de otro modo, necesito gritarle”.
Cuando pensamos que el “agresor” es malo y la
“victima” es buena les estamos enseñando que los demás nos pueden hacer daño
con una simple palabra. Cuando validamos a ambos niños (“No te ha gustado que
te dijera/hiciera eso, ¿verdad?”. “Te debes sentir muy mal para haberle
dicho/hecho esto, ¿verdad?”). Ellos pueden ver que detrás de toda actitud hay un motivo valido que suele ser una necesidad
no satisfecha. Son reacciones emocionales a estados de ánimo no armoniosos.
Cuando nos sentimos mal actuamos mal.
Cuando nos sentimos bien actuamos bien. Querer cambiar el comportamientode un niño no es la mejor opción. Podemos intentar cambiar lo que siente y
ayudarle a sentirse mejor. Entonces como efecto secundario su comportamiento,
también, será distinto.
Muchos adultos culpamos al otro de nuestro mal
estar y queremos que el otro se sienta mal o culpable por lo que nos ha hecho.
Al actuar así nos sentimos víctimas. Y vemos al otro como agresor. Ya he
comentado en otros artículos que lo que
nos enfada no es lo que el otro me hace o dice sino lo que yo pienso sobre lo
que la otra persona ha dicho o hecho. Son nuestros juicios sobre lo que los
demás hacen y dicen lo que realmente nos enfada. En este libro de Marshall Rosenberg sobre la Comunicación no Violenta está explicado de maravilla el
verdadero origen de nuestro enfado y su propósito.
La verdad es que yo no quiero darles a mis hijos
ese modelo. No quiero que piensen y se
crean que su felicidad y su estado de ánimo dependen de cómo los demás les
traten. Una persona puede seguir sintiéndose bien y conectada consigo misma
aun que la traten mal si sabe ver que al otro es a quien le pasa algo y por eso
hace lo que hace. Podemos escoger seguir relacionándonos con esa persona o
dejar de verla pero lo más importante es responsabilizarnos de eso que nos
pasa. Lo que yo siento es algo mío. Alguna carencia, necesidad no satisfecha… Esta
empatía, compasión y validación es lo que, en mi opinión, cambiaría el mundo y
la forma en que nos relacionamos los unos con los otros. Saber y poder decirles a los demás como nos sentimos cuando nos hacen o
dicen eso también ayuda a mejorar nuestras relaciones. Solemos hablar desde la crítica
y el enfado en vez de expresar lo que necesitamos y como nos sentimos.
Si nosotros empoderamos a nuestras dos hijas, por
poner un ejemplo, será más fácil
gestionar los conflictos entre ellas y su hermano. El suele molestarlas cuando
está aburrido, se siente desplazado, tiene hambre, calor, está cansado… El
reacciona emocionalmente enseguida. Si ellas pueden entender que él hace/dice
“eso” porque tiene sueño y está cansado no se lo toman de un modo tan personal
y lo pueden gestionar mejor y no se enfadan tanto ya que saben que es algo suyo
y no de ellas. Es a él a quien le pasa algo (no se siente bien-hay alguna
necesidad no satisfecha) y por eso reacciona emocionalmente. Cuando la necesidad
de ser comprendido sea satisfecha él podrá pasar página o simplemente sentirse
validado y tenido en cuenta por ellas y por nosotros. Si primero prestamos atención a nuestras emociones (¿qué me pasa a mi
cuando veo a mi hijo hacer o decir tal cosa?) entonces nos será más fácil poder
atender las emociones y reacciones de nuestros hijos. La mayoría de veces
son nuestras emociones las que se entrometen entre ellos y sus conflictos. Cuando
ya damos por sentado que uno es el agresor y el otro la víctima y nos mantenemos
en ese papel ellos se victimizan o se creen el rol de agresor. Es como que son
fieles a esos personajes. Y solemos escuchar: “Mama, es que “x” me ha dicho “z”
y me ha pegado/empujado”. Si vamos corriendo a salvarles ya estamos instaurando
un modelo. ¿Qué pasaría si les preguntásemos, “¿necesitáis ayuda?, ¿toda va
bien?, parece que alguien se siente mal, ¿verdad?, ¿hay algo que yo pueda hacer
por vosotros?”. “Parece que hay hambre y poca paciencia ahora”. Podríamos decir
muchas cosas distintas. Lo que quiero recalcar es el hecho de no victimizar ni culpar al otro. Las
emociones necesitan ser validadas para que no interfieran en el camino de la
resolución de conflictos.
A veces la
mejor validación puede ser simplemente el silencio junto con nuestra compañía y
presencia. Me explico, con silencio no quiero decir indiferencia. Hay
sentimientos que al validarlos en público nos pueden generar vergüenza,
timidez, miedo… Imaginemos a un niño que no ha podido o querido hacer algo que
sus amigos sí han hecho (subirse a un árbol muy alto, bajar una pendiente en
patinete…), porque a él le da miedo. Decir en voz alta delante de los demás:
“veo que tienes miedo y no te atreves/puedes hacer esto” no sería la mejor
forma de validar y empatizar con él, ¿verdad? No le empoderaría, más bien todo
lo contrario. Quizás el simple hecho de estar allí con él mientras espera a los
demás sería suficiente. En situaciones
de miedo o vergüenza el silencio y nuestra presencia pueden ser nuestros
mejores amigos y aliados. Recuerdo una ocasión en que a Ainara le ocurrió
algo parecido y cuando alguien se burló o hizo un comentario sobre su miedo o
falta de confianza ella simplemente dijo: “Es que aún no estoy preparada para
hacer eso”. Yo me sentí herida al oír el comentario y ella no. No siempre es
así pero hay veces en que lo gestionan muy bien.
Cuando un niño es capaz de empatizar con el otro y
le puede decir: “esto que me has hecho/dicho no me gusta”, el otro suele dejar
de tener motivo para seguir haciéndolo pero si el otro reacciona emocionalmente
a lo que el primero le hizo ya tenemos el conflicto instaurado. A veces
intervenimos antes de tiempo e incluso nos sentimos peor que nuestros hijos. Les
proyectamos nuestro estado emocional ya que no nos responsabilizamos de él. A
mí en ocasiones me ha molestado mucho algo que le han hecho/dicho a mis hijos o
algo que mis hijos han hecho/dicho a otros pero en cambio a ellos parecía no
molestarles tanto. En ocasiones parece que cuando agreden a nuestros hijos están
agrediendo a nuestro niño/a interior. Al niño que fuimos y no al adulto que
ahora somos.
También ayuda mucho más el poner nuestra atención
en buscar una solución en vez de
quedarnos enganchados en el problema, solemos decir sin pensar: “¿Qué ha
pasado?, ¿Quién ha sido? ¿Quién empezó?”...” Estas preguntas no nos ayudan a
resolver el asunto, más bien nos hacen quedarnos en el mismo sitio, heridos y
tristes. Poner nuestra mirada en la solución y pedirles ayuda les empodera para
la próxima vez que se encuentren en una situación conflictiva. “¿Qué podemos
hacer ahora para que todos estemos mejor?” “¿Cómo se podría solucionar esto?”
“¿Os puedo ayudar, yo, en algo?”. Confiemos en ellos y démosle la oportunidad
de poder resolver los conflictos más creativamente.
También solemos usar palabras/frases como: “ya
estáis otra vez, es que siempre estáis igual, no puedo más, he dicho que pares,
no se pega, no se insulta…” Cuando le
decimos a un niño “no” a algo, le estamos diciendo que no le aceptamos, que no
nos gusta y muchas más cosas. Yo prefiero hacerles ver el efecto de sus
actos en los demás. Si un niño pega le podemos hacer ver que el otro niño esta
triste y se siente mal porque le ha pegado. De este modo el entiende que pegar
hace que los demás se sientan mal. Me
gusta más tener principios y no reglas o prohibiciones. En vez de decir “no
se pega”, prefiero decir “nosotros nos tratamos con respeto” o “a los demás les
gusta que los traten con cariño”. Cuando rompen algo o tiran algo también
solemos decirles sin pensar demasiado: “¿Qué culpa tiene la silla, el muñeco…?”
Claro, que el muñeco no tiene la culpa de nada pero y si la tuviera, entonces
sí podemos destruirlo. Con este ejemplo quiero enfatizar en el hecho de que
algún día alguien sí puede tener la culpa de que yo me caiga o de que me haya
hecho algo, entonces como sí tiene la culpa puedo hacerle daño o puedo
romperlo…
Lo importante
no es evitar todo conflicto sino como gestionarlo. Los
conflictos nos hacen aprender cosas de nosotros mismos y de los demás. Podemos
conocer mejor a las personas y a nosotros mismos. Para yo poder acompañar a mis
hijos de este modo he tenido que hacer primero el cambio en mí. Si los adultos nos relacionamos con
enfados, críticas y nos sentimos víctimas o agresores poco podremos empoderar a
nuestros hijos. Ser madre me ha hecho querer ser mejor persona y querer
darme cuenta de qué me pasa realmente a mí y responsabilizarme de lo mío.
También me gustaría mencionar que algunos enfados o reacciones emocionales
violentas pueden ser expresiones de heridas pasadas no sanadas. Cuando se
han reprimido emociones intensas y dolorosas o se han tenido que reprimir por
miedo a las consecuencias pueden salir en cualquier momento al conectar con esa
vieja herida no resuelta. Esto no solo les ocurre a los niños sino que a nosotros
los adultos nos pasa continuamente pero no somos siempre conscientes de ello.