domingo, 30 de marzo de 2014

La influencia de nuestra infancia a la hora de relacionarnos con nuestros hijos y demás personas.

La influencia de nuestra infancia en cómo criamos y educamos a nuestros hijos.

La infancia que cada uno de nosotros ha tenido y ha vivido deja su huella al caminar. En ocasiones somos clones de papá o mamá: hablamos como ellos, nos comportamos como ellos, incluso podemos llegar a pensar cómo ellos… Otras veces no queremos ser cómo mamá o papá y entonces actuamos por oposición: no quiero usar sus mismas palabras o frases, no quiero vestir cómo él o ella, no quiero parecerme a ellos…

Ser auténticos y sinceros con nosotros mismos a pesar de lo vivido es tarea difícil. Tanto si repetimos lo vivido (ellos me hicieron por tanto yo ahora te hago) cómo si nos oponemos a ello (no voy a ser cómo ella o cómo él en nada) nos aleja de esa autenticidad única que cada uno de nosotros ya tiene y es.

¿Cómo puedo saber que lo que hago, digo y pienso lo hago como Yvonne y no simplemente por repetición (al haber sido la hija de…) o por oposición (no voy ni quiero ser como ellos)?

No es nada fácil llegar a saber que partes de mí son realmente mías y cuales prestadas. Los introyectos que nos “tragamos” de pequeños sin digerir son los que solemos repetir, sin darnos casi ni cuenta, con nuestros hijos. Por introyectos entendemos todas esas órdenes, todos esos mandatos, todas esas creencias, todas esas frases que nos decían u oíamos. Por ejemplo los que venían de la familia: tú no sabes, tú no vales, no interrumpas cuando los adultos hablan, vete a la cama, déjame, no molestes, ¿dónde vas con esa ropa?, con las manos no se come, el pelo así no te queda bien, tu opinión no importa, no botes, para ya, ¿Cuántas veces te he dicho que…?, a mí no me mires así, hay que estudiar para llegar a ser alguien de provecho, importa más lo que uno tiene que lo que uno es… Los que venían del cole: cállate!, ahora eso no importa, ¿eres tonto o qué?, tienes que hacerlo te guste o no, tienes que estudiar sino en un futuro no serás nadie, siéntate bien, no hables con…, los deportes y lo artístico no son importantes… Los culturales: los niños no lloran, compórtate como una señorita, los niños ver, oír y callar, da las gracias, di por favor, dale/dame un beso, los niños juegan a pelota y con coches y las niñas con muñecas, hay que tener carrera, trabajo, coche, casarse y tener hijos antes de los 35… Introyectos recibimos y seguimos recibiendo cada día de nuestras vidas. Lo importante es saber con cuales me quedo porque me sirven y cuales descarto porque ya no me sirven. Cuales me he creído y cuales ya no me creo. En vez de tragárnoslos sin digerir, podemos saborear algunos que sí van con nosotros y desechar los que no van con nosotros. Todos hemos recibido mensajes sutiles de cómo teníamos que ser, cómo nos teníamos que comportar, qué podíamos o no decir y cuándo. Y para tener el reconocimiento, la aceptación o la atención de mamá, papá, el profesor, el abuelo… hacíamos lo que ellos esperaban de nosotros. Entonces es cuando empezamos a dejar de ser nosotros mismos por miedo a ser rechazados, no tenidos en cuenta o no queridos ni aceptados tal y cómo éramos. ¿Eso es lo que queremos que les vuelva a ocurrir a nuestros hijos? Yo no quiero que mis hijos se pasen media vida buscándose a sí mismos cómo estamos haciendo muchos de nosotros hoy en día.

Porque nos cuesta tanto cambiar todo lo aprendido? ¿Qué imposibilita el cambio?

Primero que todo, yo diría que la falta de modelos es una cuestión muy importante. ¿Cómo podemos dar algo que no hemos recibido ni sentido? Si no tenemos ningún registro emocional de haberlo vivido  o sentido es muy difícil poder darlo y encontrarlo dentro de nosotros. Si no fuimos respetados ni tenidos en cuenta del modo en que todo niño legítimamente le tocaría serlo, ¿cómo voy a poder empatizar con las necesidades de mi bebé y luego con las de mis hijos pequeños y por último con las de los adolescentes? Hoy en día nos hace mucha falta poder ver cómo SÍ es posible relacionarnos con los niños de otro modo. Sin autoritarismos, ordenes, presiones, obligaciones, castigos,premios… Y con más respeto, libertad, confianza, armonía, paz, amor… Pero, ¿dónde están todos esos modelos?

En mi opinión, también pienso que el hecho de no ser fiel a papá y mamá puede ser un gran impedimento a la hora de querer o ver necesario un cambio. Si hago las cosas distintas a como ellos las hicieron es como si no les aceptará, no los reconociera, los desaprobará... Podemos llegar a entender, comprender y validar el por qué nuestros padres lo hicieron cómo lo hicieron pero eso no significa ni quiere decir que nosotros tengamos que hacerlo igual. Podemos decidir y tenemos el derecho de poder hacerlo distinto. Ellos lo hicieron lo mejor que en ese momento pudieron hacerlo aunque nosotros hayamos sufrido algunas consecuencias de sus actos. No olvidemos que ellos también vivieron su infancia de manos de nuestros abuelos. Pero el aquí y ahora con nuestros hijos  está en nuestras manos en este preciso instante. Mi próxima interacción con ellos puede ser y quiero que sea más armoniosa y amorosa. Nosotros podemos escoger qué haremos con todo eso que me ocurrió, con todo eso que me hicieron, con todas esas palabras y frases que aún me hacen eco en la cabeza. No solo nos afecta lo que nosotros vivimos si no también lo que nuestros hermanos y hermanas tuvieron que vivir mientras nosotros éramos testigos.

Yo escojo responsabilizarme de mis actos.

¿Qué podemos hacer con todos esos “automáticos” que nos salen sin casi darnos cuenta?

Deberíamos preguntarnos: ¿qué me enfada tanto? ¿cuál es el detonante y cuál la causa real? ¿en qué momento me sale el automático? ¿con qué conecto? ¿dónde y de quién lo aprendí?

Cuando nos enfadamos, muchas veces, lo que sentimos es un reflejo de experiencias vividas en nuestra infancia. El corazón se nos acelera a medida que vamos emitiendo juicios sobre lo sucedido, la cara enrojece, la visión se estrecha y estamos a punto de hacer o decir algo que seguro va a empeorar las cosas.

Como algunas de nuestras heridas no pudieron ser sanadas cuando éramos niños es más fácil que cuando alguien despierta esas viejas heridas en nosotros, explotemos. Lo que nunca pudimos hacer o decir de niños lo hacemos o decimos de adultos. Lo trágico es que descargamos nuestras frustraciones y nuestra rabia contra las personas equivocadas (en nuestros hijos en vez de contra nuestros padres, profesores, abuelos, vecinos…). Así es como este patrón sigue generación tras generación.  

¿Qué propósito tiene nuestro enfado?

Cuando nos enfadamos nos desconectamos de nuestra esencia y de lo que nos hace sentir bien. Es una señal de alarma que nos dice que alguna necesidad no está siendo satisfecha como es debido. En vez de reprimir lo que sentimos y enjuiciar a los demás, lo que podemos hacer es descubrir que necesitamos y satisfacer tales necesidades de una forma más constructiva y amorosa. Podemos pedirle al otro que nos ayude a satisfacerlas hablando de qué me pasa a mí cuando… y de cómo me siento en vez de exigirle que lo haga.

Las emociones de hoy conectan con las emociones y necesidades pasadas. Y cuando nos enfadamos lo que nos sale es nuestro niño/a herida. En realidad no somos los adultos los que discutimos o nos enfadamos sino que salen nuestros niños interiores. Cuando gritamos, criticamos, enjuiciamos, castigamos, peleamos… con nuestros hijos, allí no hay un adulto y un niño sino que lo que hay son dos niños. Nuestro hijo/a y  nuestro niño interior.  El desencadenante de nuestro enfado no es la causa. La causa suelen ser nuestros pensamientos sobre aquello que ha pasado o se ha dicho. Y los juicios que nosotros emitimos sobre lo que ha pasado. Esos juicios los aprendimos de pequeños. Nuestros padres, profesores, abuelos los emitían a los demás adultos o hacia nosotros mismos por lo tanto eso lo aprendimos hace mucho tiempo.

A veces nos cuesta mucho saber identificar qué es lo que sentimos realmente. Recuerdo una conversación que tuve con una amiga hace poco. Ella me dijo (después de una disputa con su hija): “Siento unas ganas tremendas de pagarle”. Yo le dije que eso no era un sentimiento. Al cabo de unos segundos me dijo de nuevo: “Siento ganas de gritar”. “Eso tampoco no es un sentimiento le dije de nuevo, es una reacción emocional. Tú quieres gritarle y pegarle porque te está haciendo sentir de algún modo, ¿verdad?”. Ella entonces se quedó en silencio unos instantes y finalmente respondió: “Me siento muy, muy impotente y frustrada”. Ahí lo tenemos pensé. Está llegando a la raíz de sus reacciones. Su impotencia y frustración la hacían relacionarse de ese modo con su hija. En ese momento podría haber salido la terapeuta que hay en mí  y le hubiese podido decir: “¿Qué edad tenías la primera vez que sentiste esa misma impotencia y frustración? ¿Quién te hacía sentir así?”. El comportamiento de su hija la estaba conectando con sus heridas pasadas.

El único modo que tenemos para poder entender y honrar los sentimientos de nuestros hijos es honrando y aceptando los nuestros primero. Cuando no conectamos con nuestras propias emociones y sentimientos somos incapaces de entrar en el mundo emocional de nuestros hijos.

Un sentimiento viene del corazón. Una reacción emocional es un mecanismo automático que viene de nuestro patrón inconsciente del pasado.

Según los principios básicos de la Comunicación no Violenta, cuando nos enfadamos es porque escuchamos nuestros pensamientos y emitimos juicios sobre lo que la otra persona ha hecho o dicho. Entonces nos sentimos mal. Hay algo que nos hace sentirnos incómodos y detrás de ese sentimiento hay una necesidad no satisfecha. Las necesidades no satisfechas que más nos llevan al enfado son: la no aceptación, no sentirnos queridos, no tenidos en cuenta,  no sentirnos importantes, no disponer de suficiente tiempo, la necesidad de paz y tranquilidad, la falta de silencio, la falta de conexión con nuestros padres, parejas o hijos…

Cuando nuestras necesidades están satisfechas nuestros sentimientos son agradables, por tanto, nuestra actitud es armoniosa.

Un ejemplo podría ser este. Imaginemos que una mamá está sola en casa todo el día con sus dos hijos y cuando llega el padre tarde por la noche de trabajar ella explota diciendo: “Tu ahí sentado sin hacer nada y yo todo el día aquí sin parar con la casa y los niños…” Esta mujer dice estar enfadada con su marido por que no la ayuda. Sus pensamientos o juicios quizás sean: es un vago, un egoísta, no se preocupa por nosotros, yo no le importo, no me cuida… Lo que esta mujer no ha hecho es hablar de ella y de cómo se siente y qué necesidad hay detrás de lo que siente ni tampoco le ha pedido nada al marido. Le podría haber hablado de ella diciendo: “Estoy cansada y agotada, te echo mucho de menos, me encantaría poder hablar contigo y que me hicieras un masaje en los pies.” Las mujeres solemos dar por sentado que nuestras parejas saben lo que queremos y necesitamos aun sin que se lo digamos, ¿verdad? ¿Dónde aprendimos a comunicarnos así? Pues, sin duda en nuestra infancia. ¿Cómo se trataban nuestros padres? ¿Qué modelos nos daban? Lo que  esta mujer quizás sienta y necesite sea: me siento sola, te necesito, te echo de menos, quiero que me abraces y me escuches… Solemos actuar y pedir desde la crítica en vez de hablar de nosotros, nuestras necesidades y de lo que nos pasa por dentro. La carencia que esta mujer tiene y siente ahora no es solo de este preciso momento. El aquí y ahora la hacen conectar con sus carencias pasadas.

Cuando a alguien le hablamos de cómo nos sentimos y de qué necesitamos la otra persona crea menos resistencias que si empezamos con críticas y reproches, ¿verdad?

Para que esos automáticos dejen de salir sin pensar ni darnos cuenta lo mejor que podríamos hacer es responsabilizarnos de nuestro niño/a interior. ¿Cómo? Dándole nosotros lo que mamá y papá no pudieron darle en su día. Podemos tener un dialogo con él o ella y decirle que le queremos tal y como es, que le aceptamos tal y como es hoy, que lo que es, hace y siente esta bien… También le podemos preguntar qué necesita y qué echa de menos ahora. Si nosotros nos hacemos cargo de nuestro niño/a interior ya no le hará falta salir tan a menudo pidiéndole a nuestros hijos, parejas, familiares y amigos que le den lo que no le fue dado de niño. Nuestros automáticos ya no tendrán tanta necesidad de salir si nos preocupamos de nuestro niño/a interior. Un ejercicio que hicimos, el año pasado, en el intensivo de “Figuras Parentales” en mi formación de Psicoterapia Gestalt, el cual me gustó muchísimo, fue escribirle una carta a nuestro niño/a herido.

Algo que a mucha gente le va muy bien es expresar la rabia, el enfado y la frustración reprimidos golpeando un cojín por ejemplo o gritando al viento. Una vez nos hemos desahogado podemos gritar lo que necesitamos y sentimos. A mí personalmente, lo que me suele ir super bien es escribir lo que siento ahora o lo que sentí entonces y lo que necesito ahora. Lo importante es saber que esas emociones que salen como automáticos (gritos, críticas, insultos, ganas de pegar…) son antiguas y el simple hecho de darme cuenta de esto hace que yo pueda responsabilizarme de mis actos. Repito, ¿con qué conecto en ese preciso instante? ¿qué necesidad hay detrás de lo que estoy sintiendo?

Tratar a los niños y relacionarnos con ellos con amor y respeto nos puede ayudar a sanar viejas heridas. Tratemos a todos los niños de nuestra vida como nos hubiese gustado que nos trataran a nosotros de niños. Démosles todo el amor, aceptación, atención… que a nosotros nos faltó y cambiemos la historia de su vida.

¿Cómo podemos sanar viejas heridas de nuestros hijos?

Primero disculpándonos y perdonándonos a nosotros mismos, luego simplemente dándoles el doble de lo que les falto en su día: el doble de amor, el doble de atención, miradas, aceptación, besos, abrazos, conversaciones, masajes… Cuando nuestros hijos están dormidos me gusta darles las gracias por ser cómo son y también me disculpo por errores que he cometido o cosas que les he dicho o hecho. Aunque ya se lo haya dicho en persona me encanta volver a hacerlo mientras duermen. Me parecen momentos mágicos. También lo suelo hacer con mi pareja. Verlos allí durmiendo a todos (nosotros practicamos colecho) mientras yo les voy susurrando cositas a cada uno me emociona mucho y mi niña interior se va sanando poco a poco. ¿Qué daría yo por poder oír a mi madre o a mi padre decirme algunas de las palabras o frases que yo les digo a mis hijos? De hecho también me las digo a mi misma de vez en cuando y de un modo u otro me sirve, a mi niña interior le sirve.


Démosles otro modelo, el mejor que podamos y esté en nuestras manos, para que, de este modo, ellos puedan criar a sus propios hijos aún mejor que nosotros lo hemos hecho con ellos y así podamos romper la cadena de una vez por todas y para siempre. Seamos el cambio que ellos necesitan ver y sentir.

12 comentarios:

  1. Hola Yvonne, mi nombre es Mayca, te escribo desde las Islas Baleares. Hace tiempo que leo tu blog. Me ayuda mucho en mis muchos momentos de dudas.
    la entrada de hoy me ha encantado. Es un tema que me interesa mucho, el no repetir lo mismo que nuestros padres que sin darnos cuenta nos han hecho daño. Gracias por tu estupendo blog.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Encantada de conocerte Mayca y fuerza para seguir siendo la mama que quieres ser. La que ya eres seguro que es estupenda...

      Un beso.

      Eliminar
  2. Justo la semana pasada lloré un tanto pensando justamente en que todo lo malo que hago criando a mis hijas, es reproducción de cómo fueron mis padres conmigo. No tuve una infancia muy feliz y día a día intento no reproducirlo en casa. Me es super difícil, pero cada vez que me "caigo" me levanto y sigo.
    Gracias por éste artículo Ivonne, muchos cariños a todos. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jacqueline, la verdad es que todas a veces caemos y nos hacemos mucho daño pero lo malo no es caerse sino darse caída. Cuando me levanto tengo otra energía y más fuerza.
      Un beso bonita.

      Eliminar
  3. Muchas gracias Yvonne por este artículo con el que coincido totalmente. Besos
    María

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Encantada de conocerte María. Me alegra saber que te ha gustado y servido...
      Un saludo.

      Eliminar
  4. Precioso y muy bien resumido, TODO eso que sentimos los que queremos transformarnos. Gracias

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Eso mismo... La transformación es la gran meta.

      Un beso y encantada de conocerte Janet.

      Eliminar
  5. Ay, Yvonne... Qué gran regalo me ha dado la vida al cruzar nuestros caminos. Mil gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a ti y a las demás por la fuerza que me dais para seguir donde estoy y compartir lo que más me apasiona.
      Un beso bonita!

      Eliminar
  6. Moltes gràcies Yvonne!!
    Quina entrada.... És genial
    Un petó

    ResponderEliminar