La influencia
de nuestra infancia en cómo criamos y educamos a nuestros hijos.
La infancia que cada uno de nosotros ha tenido y ha
vivido deja su huella al caminar. En ocasiones somos clones de papá o mamá:
hablamos como ellos, nos comportamos como ellos, incluso podemos llegar a
pensar cómo ellos… Otras veces no queremos ser cómo mamá o papá y entonces
actuamos por oposición: no quiero usar sus mismas palabras o frases, no quiero
vestir cómo él o ella, no quiero parecerme a ellos…
Ser auténticos y sinceros con nosotros mismos a
pesar de lo vivido es tarea difícil. Tanto si repetimos lo vivido (ellos me
hicieron por tanto yo ahora te hago) cómo si nos oponemos a ello (no voy a ser
cómo ella o cómo él en nada) nos aleja de esa autenticidad única que cada uno
de nosotros ya tiene y es.
¿Cómo puedo
saber que lo que hago, digo y pienso lo hago como Yvonne y no simplemente por
repetición (al haber sido la hija de…) o por oposición (no voy ni quiero ser
como ellos)?
No es nada fácil llegar a saber que partes de mí
son realmente mías y cuales prestadas. Los introyectos que nos “tragamos” de
pequeños sin digerir son los que solemos repetir, sin darnos casi ni cuenta,
con nuestros hijos. Por introyectos entendemos todas esas órdenes, todos esos
mandatos, todas esas creencias, todas esas frases que nos decían u oíamos. Por
ejemplo los que venían de la familia: tú no sabes, tú no vales, no interrumpas
cuando los adultos hablan, vete a la cama, déjame, no molestes, ¿dónde vas con
esa ropa?, con las manos no se come, el pelo así no te queda bien, tu opinión
no importa, no botes, para ya, ¿Cuántas veces te he dicho que…?, a mí no me
mires así, hay que estudiar para llegar a ser alguien de provecho, importa más
lo que uno tiene que lo que uno es… Los que venían del cole: cállate!, ahora
eso no importa, ¿eres tonto o qué?, tienes que hacerlo te guste o no, tienes
que estudiar sino en un futuro no serás nadie, siéntate bien, no hables con…,
los deportes y lo artístico no son importantes… Los culturales: los niños no
lloran, compórtate como una señorita, los niños ver, oír y callar, da las
gracias, di por favor, dale/dame un beso, los niños juegan a pelota y con
coches y las niñas con muñecas, hay que tener carrera, trabajo, coche, casarse
y tener hijos antes de los 35… Introyectos recibimos y seguimos recibiendo cada
día de nuestras vidas. Lo importante es saber con cuales me quedo porque me
sirven y cuales descarto porque ya no me sirven. Cuales me he creído y cuales
ya no me creo. En vez de tragárnoslos sin digerir, podemos saborear algunos que
sí van con nosotros y desechar los que no van con nosotros. Todos hemos
recibido mensajes sutiles de cómo teníamos que ser, cómo nos teníamos que
comportar, qué podíamos o no decir y cuándo. Y para tener el reconocimiento, la
aceptación o la atención de mamá, papá, el profesor, el abuelo… hacíamos lo que
ellos esperaban de nosotros. Entonces es cuando empezamos a dejar de ser
nosotros mismos por miedo a ser rechazados, no tenidos en cuenta o no queridos
ni aceptados tal y cómo éramos. ¿Eso es
lo que queremos que les vuelva a ocurrir a nuestros hijos? Yo no quiero que
mis hijos se pasen media vida buscándose a sí mismos cómo estamos haciendo
muchos de nosotros hoy en día.
Porque nos
cuesta tanto cambiar todo lo aprendido? ¿Qué imposibilita el cambio?
Primero que todo, yo diría que la falta de modelos
es una cuestión muy importante. ¿Cómo
podemos dar algo que no hemos recibido ni sentido? Si no tenemos ningún registro emocional de
haberlo vivido o sentido es muy difícil
poder darlo y encontrarlo dentro de nosotros. Si no fuimos respetados ni
tenidos en cuenta del modo en que todo niño legítimamente le tocaría serlo,
¿cómo voy a poder empatizar con las necesidades de mi bebé y luego con las de
mis hijos pequeños y por último con las de los adolescentes? Hoy en día nos
hace mucha falta poder ver cómo SÍ es posible relacionarnos con los niños de
otro modo. Sin autoritarismos, ordenes, presiones, obligaciones, castigos,premios… Y con más respeto, libertad, confianza, armonía, paz, amor…
Pero, ¿dónde están todos esos modelos?
En mi opinión, también pienso que el hecho de no
ser fiel a papá y mamá puede ser un gran impedimento a la hora de querer o ver
necesario un cambio. Si hago las cosas distintas a como ellos las hicieron es
como si no les aceptará, no los reconociera, los desaprobará... Podemos llegar
a entender, comprender y validar el por qué nuestros padres lo hicieron
cómo lo hicieron pero eso no significa ni quiere decir que nosotros tengamos
que hacerlo igual. Podemos decidir y tenemos el derecho de poder hacerlo
distinto. Ellos lo hicieron lo mejor que en ese momento pudieron hacerlo aunque
nosotros hayamos sufrido algunas consecuencias de sus actos. No olvidemos que
ellos también vivieron su infancia de manos de nuestros abuelos. Pero el aquí y
ahora con nuestros hijos está en nuestras
manos en este preciso instante. Mi próxima interacción con ellos puede ser y
quiero que sea más armoniosa y amorosa. Nosotros podemos escoger qué haremos
con todo eso que me ocurrió, con todo eso que me hicieron, con todas esas
palabras y frases que aún me hacen eco en la cabeza. No solo nos afecta lo que
nosotros vivimos si no también lo que nuestros hermanos y hermanas tuvieron que
vivir mientras nosotros éramos testigos.
Yo escojo responsabilizarme de mis actos.
¿Qué podemos
hacer con todos esos “automáticos” que nos salen sin casi darnos cuenta?
Deberíamos preguntarnos: ¿qué me enfada tanto?
¿cuál es el detonante y cuál la causa real? ¿en qué momento me sale el
automático? ¿con qué conecto? ¿dónde y de quién lo aprendí?
Cuando nos enfadamos, muchas veces, lo que sentimos
es un reflejo de experiencias vividas en nuestra infancia. El corazón se nos
acelera a medida que vamos emitiendo juicios sobre lo sucedido, la cara
enrojece, la visión se estrecha y estamos a punto de hacer o decir algo que
seguro va a empeorar las cosas.
Como algunas de nuestras heridas no pudieron ser
sanadas cuando éramos niños es más fácil que cuando alguien despierta esas
viejas heridas en nosotros, explotemos. Lo que nunca pudimos hacer o decir de
niños lo hacemos o decimos de adultos. Lo trágico es que descargamos nuestras
frustraciones y nuestra rabia contra las personas equivocadas (en nuestros
hijos en vez de contra nuestros padres, profesores, abuelos, vecinos…). Así es
como este patrón sigue generación tras generación.
¿Qué propósito
tiene nuestro enfado?
Cuando nos enfadamos nos desconectamos de nuestra
esencia y de lo que nos hace sentir bien. Es una señal de alarma que nos dice
que alguna necesidad no está siendo satisfecha como es debido. En vez de
reprimir lo que sentimos y enjuiciar a los demás, lo que podemos hacer es
descubrir que necesitamos y satisfacer tales necesidades de una forma más
constructiva y amorosa. Podemos pedirle al otro que nos ayude a satisfacerlas
hablando de qué me pasa a mí cuando… y de cómo me siento en vez de exigirle que
lo haga.
Las emociones de hoy conectan con las emociones y
necesidades pasadas. Y cuando nos enfadamos lo que nos sale es nuestro niño/a
herida. En realidad no somos los adultos los que discutimos o nos enfadamos
sino que salen nuestros niños interiores. Cuando gritamos, criticamos, enjuiciamos,
castigamos, peleamos… con nuestros hijos, allí no hay un adulto y un niño sino
que lo que hay son dos niños. Nuestro hijo/a y nuestro niño interior. El desencadenante de nuestro enfado no es la
causa. La causa suelen ser nuestros pensamientos sobre aquello que ha pasado o
se ha dicho. Y los juicios que nosotros emitimos sobre lo que ha pasado. Esos
juicios los aprendimos de pequeños. Nuestros padres, profesores, abuelos los
emitían a los demás adultos o hacia nosotros mismos por lo tanto eso lo
aprendimos hace mucho tiempo.
A veces nos cuesta mucho saber identificar qué es
lo que sentimos realmente. Recuerdo una conversación que tuve con una amiga
hace poco. Ella me dijo (después de una disputa con su hija): “Siento unas
ganas tremendas de pagarle”. Yo le dije que eso no era un sentimiento. Al cabo
de unos segundos me dijo de nuevo: “Siento ganas de gritar”. “Eso tampoco no es
un sentimiento le dije de nuevo, es una reacción emocional. Tú quieres gritarle
y pegarle porque te está haciendo sentir de algún modo, ¿verdad?”. Ella
entonces se quedó en silencio unos instantes y finalmente respondió: “Me siento
muy, muy impotente y frustrada”. Ahí lo tenemos pensé. Está llegando a la raíz de
sus reacciones. Su impotencia y frustración la hacían relacionarse de ese modo
con su hija. En ese momento podría haber salido la terapeuta que hay en mí y le hubiese podido decir: “¿Qué edad tenías
la primera vez que sentiste esa misma impotencia y frustración? ¿Quién te hacía
sentir así?”. El comportamiento de su hija la estaba conectando con sus heridas
pasadas.
El único modo que tenemos para poder entender y
honrar los sentimientos de nuestros hijos es honrando y aceptando los nuestros
primero. Cuando no conectamos con nuestras propias emociones y sentimientos
somos incapaces de entrar en el mundo emocional de nuestros hijos.
Un sentimiento viene del corazón. Una reacción
emocional es un mecanismo automático que viene de nuestro patrón inconsciente
del pasado.
Según los principios básicos de la Comunicación no Violenta, cuando nos enfadamos es porque escuchamos nuestros
pensamientos y emitimos juicios sobre lo que la otra persona ha hecho o dicho.
Entonces nos sentimos mal. Hay algo que nos hace sentirnos incómodos y detrás
de ese sentimiento hay una necesidad no satisfecha. Las necesidades no
satisfechas que más nos llevan al enfado son: la no aceptación, no sentirnos
queridos, no tenidos en cuenta, no
sentirnos importantes, no disponer de suficiente tiempo, la necesidad de paz y
tranquilidad, la falta de silencio, la falta de conexión con nuestros padres,
parejas o hijos…
Cuando nuestras necesidades están satisfechas
nuestros sentimientos son agradables, por tanto, nuestra actitud es armoniosa.
Un ejemplo podría ser este. Imaginemos que una mamá
está sola en casa todo el día con sus dos hijos y cuando llega el padre tarde por
la noche de trabajar ella explota diciendo: “Tu ahí sentado sin hacer nada y yo
todo el día aquí sin parar con la casa y los niños…” Esta mujer dice estar
enfadada con su marido por que no la ayuda. Sus pensamientos o juicios quizás
sean: es un vago, un egoísta, no se preocupa por nosotros, yo no le importo, no
me cuida… Lo que esta mujer no ha hecho es hablar de ella y de cómo se siente y
qué necesidad hay detrás de lo que siente ni tampoco le ha pedido nada al
marido. Le podría haber hablado de ella diciendo: “Estoy cansada y agotada, te
echo mucho de menos, me encantaría poder hablar contigo y que me hicieras un
masaje en los pies.” Las mujeres solemos dar por sentado que nuestras parejas
saben lo que queremos y necesitamos aun sin que se lo digamos, ¿verdad? ¿Dónde aprendimos a comunicarnos así? Pues,
sin duda en nuestra infancia. ¿Cómo se trataban nuestros padres? ¿Qué modelos
nos daban? Lo que esta mujer quizás
sienta y necesite sea: me siento sola, te necesito, te echo de menos, quiero
que me abraces y me escuches… Solemos actuar y pedir desde la crítica en vez de
hablar de nosotros, nuestras necesidades y de lo que nos pasa por dentro. La
carencia que esta mujer tiene y siente ahora no es solo de este preciso
momento. El aquí y ahora la hacen conectar con sus carencias pasadas.
Cuando a alguien le hablamos de cómo nos sentimos y
de qué necesitamos la otra persona crea menos resistencias que si empezamos con
críticas y reproches, ¿verdad?
Para que esos automáticos dejen de salir sin pensar
ni darnos cuenta lo mejor que podríamos hacer es responsabilizarnos de nuestro
niño/a interior. ¿Cómo? Dándole nosotros lo que mamá y papá no pudieron darle
en su día. Podemos tener un dialogo con él o ella y decirle que le queremos tal
y como es, que le aceptamos tal y como es hoy, que lo que es, hace y siente
esta bien… También le podemos preguntar qué necesita y qué echa de menos ahora.
Si nosotros nos hacemos cargo de nuestro niño/a interior ya no le hará falta
salir tan a menudo pidiéndole a nuestros hijos, parejas, familiares y amigos
que le den lo que no le fue dado de niño. Nuestros automáticos ya no tendrán
tanta necesidad de salir si nos preocupamos de nuestro niño/a interior. Un
ejercicio que hicimos, el año pasado, en el intensivo de “Figuras Parentales”
en mi formación de Psicoterapia Gestalt, el cual me gustó muchísimo, fue
escribirle una carta a nuestro niño/a herido.
Algo que a mucha gente le va muy bien es expresar
la rabia, el enfado y la frustración reprimidos golpeando un cojín por ejemplo
o gritando al viento. Una vez nos hemos desahogado podemos gritar lo que
necesitamos y sentimos. A mí personalmente, lo que me suele ir super bien es
escribir lo que siento ahora o lo que sentí entonces y lo que necesito ahora. Lo
importante es saber que esas emociones que salen como automáticos (gritos,
críticas, insultos, ganas de pegar…) son antiguas y el simple hecho de darme
cuenta de esto hace que yo pueda responsabilizarme de mis actos. Repito, ¿con qué conecto en ese preciso instante?
¿qué necesidad hay detrás de lo que estoy sintiendo?
Tratar a los niños y relacionarnos con ellos con
amor y respeto nos puede ayudar a sanar viejas heridas. Tratemos a todos los
niños de nuestra vida como nos hubiese gustado que nos trataran a nosotros de
niños. Démosles todo el amor, aceptación, atención… que a nosotros nos faltó y
cambiemos la historia de su vida.
¿Cómo podemos
sanar viejas heridas de nuestros hijos?
Primero disculpándonos y perdonándonos a nosotros
mismos, luego simplemente dándoles el doble de lo que les falto en su día: el
doble de amor, el doble de atención, miradas, aceptación, besos, abrazos,
conversaciones, masajes… Cuando nuestros hijos están dormidos me gusta darles
las gracias por ser cómo son y también me disculpo por errores que he cometido
o cosas que les he dicho o hecho. Aunque ya se lo haya dicho en persona me
encanta volver a hacerlo mientras duermen. Me parecen momentos mágicos. También
lo suelo hacer con mi pareja. Verlos allí durmiendo a todos (nosotros
practicamos colecho) mientras yo les voy susurrando cositas a cada uno me
emociona mucho y mi niña interior se va sanando poco a poco. ¿Qué daría yo por
poder oír a mi madre o a mi padre decirme algunas de las palabras o frases que
yo les digo a mis hijos? De hecho también me las digo a mi misma de vez en
cuando y de un modo u otro me sirve, a mi niña interior le sirve.
Démosles otro modelo, el mejor que podamos y esté
en nuestras manos, para que, de este modo, ellos puedan criar a sus propios
hijos aún mejor que nosotros lo hemos hecho con ellos y así podamos romper la
cadena de una vez por todas y para siempre. Seamos el cambio que ellos necesitan ver y sentir.