Hace poco varias familias se pusieron en contacto
conmigo porque querían flexibilizarse y desescolarizarse un poco y
necesitaban ayuda, consejo, alguien con quien compartir sus inquietudes. Habían
visto alguna conducta en alguno de sus hijos que les hacía sospechar que el
niño/a en cuestión no era feliz, no se sentía a gusto o sus necesidades no estaban siendo satisfechas adecuadamente y pensaron que podía ser debido,
quizás, a la forma en que los trataban o les enseñaban. Efectivamente era
debido a eso y más factores, pero ¿cómo podían ayudarle a sentirse mejor?
Después de haber visto este proceso en estas
familias me he dado cuenta de que esto del Unschooling no es para todos. Aunque
uno quiera serlo no basta con la intención. El aprendizaje autónomo junto con la crianza respetuosa hay que sentirlo, vivirlo, nos tiene que salir de
dentro. No nos lo pueden meter desde fuera. Los demás solo pueden despertar
algo que ya tenemos dentro. Nadie nos puede ayudar a ser quienes no somos en
realidad. Ser auténticos con nosotros mismos es esencial.
Hay niños que funcionan bien siendo “dirigidos” moderadamente. También
hay que saber y reconocer que para un niño que ha estado “dirigido” durante
algunos años le será mucho más difícil saber qué quiere hacer en determinados
momentos que uno que no ha tenido que pasar por una enseñanza dirigida. Una
mamá me decía: “¿Es que los tuyos no se aburren nunca? Mi hija, desde que le
damos libertad, no sabe qué hacer, está todo el día aburrida y solo quiere estar delante del ordenador o ver la tele o que yo le diga lo que tiene que
hacer”. Esta niña está en pleno proceso de desescolarización aunque no haya ido
nunca a la escuela. Es muy difícil saber qué hacer con nuestro tiempo si nunca,
antes, hemos tenido la necesidad ni la oportunidad de escoger lo que realmente
queremos, deseamos o necesitamos. Dos ejemplos muy claros sobre esto serían: A
la mayoría de adolescentes que van a la escuela les cuesta mucho, muchísimo,
escoger que quieren estudiar cuando llegan a la edad de ir a la universidad.
Hasta entonces nunca han decidido (no se les ha sido permitido escoger) qué
quieren hacer ni cuándo ni cómo y un buen día les dicen que tomen una de las
decisiones más importantes de su vida. No pueden saberlo y es absolutamente
lógico. No les hemos dejado escucharse hasta ese día en el cual están confusos
e indecisos. El otro ejemplo serían los jubilados. ¿Cuántos hombres jubilados
conocemos que están tristes y deprimidos por qué ya no tienen que ir a trabajar?
En mi opinión, deberían estar saltando de alegría por tener todo el tiempo del
mundo para hacer todo aquello que les apasiona. ¿A caso no les gusta hacer nada?
El problema es que durante toda su vida han sido los “otros” los que han
decidido qué tenían qué hacer, cómo, cuándo y dónde. Ahora que son “libres” no
saben qué hacer con esa libertad y se deprimen o piden querer volver a
trabajar.
Pues, algo parecido les pasa a los niños cuando han
sido dirigidos y luego levantamos los límites o dejamos de dar órdenes… Se sienten un poco perdidos e inseguros.
En mi opinión, el “hándicap” lo tenemos los
adultos, los padres. En especial las mamás. Creo, por no decir sé, que todos los niños
nacen siendo autónomos, auténticos, curiosos… pero con el tiempo los vamos
“domesticando”, “domando” y les acabamos robando lo más preciado: la motivación intrínseca y la curiosidad intelectual innata. Solemos hacerles
lo que nuestros padres, inconscientemente, también nos hicieron. Hay muy pocos seres
humanos criados con libertad de decisión y de elección y con respeto y en los
cuales se haya confiado. A la mayoría nos han dicho (con palabras o sin ellas)
cosas como: “hay que estudiar para
llegar a ser alguien, tú no sabes nada, los adultos siempre tenemos razón, esto
no se hace así, qué sabrás tú, ahora no es el momento, eso son tonterías, no te
puedes levantar todavía, no salgas, vas a caerte, no subas, me pones de los
nervios, pesado, es que no te enteras, tú no tienes razón, yo sé más que tú,
aunque no te guste hay que hacerlo, para conseguir cosas hay que sufrir, cállate,
mírame, no lo toques, vete, déjame, no me molestes, ahora no puedo, por qué lo
digo yo, hazlo y punto…” Podría seguir hasta mañana. Con todos estos
introyectos ¿cómo vamos a poder, nosotros, dar a nuestros hijos esa libertad
que no conocemos?, ¿cómo vamos a confiar en ellos en que sí van a aprender todo aquello que vayan a necesitar sin que les
tengamos que estar dirigiendo y programando si nunca confiaron en nosotros?. ¿Por
qué muchos adultos necesitamos hacer las cosas bajo presión o porque alguien nos
lo manda y si no es así, simplemente, no lo hacemos? La respuesta es fácil,
porque así es cómo nos lo enseñaron. Tuvimos que pasarnos muchos años haciendo
y estudiando cosas que no queríamos y
aprendimos la lección muy bien: Si no nos obligan no lo hacemos, si no nos
sentimos obligados no hace falta hacerlo…
En conclusión, hay padres y madres que no pueden ser
Unschoolers y por consiguiente sus hijos tampoco lo podrán ser (como hijos). Lo
más difícil es desescolarizar nuestras mentes adultas. Hay muchos padres y
madres que tienen muchos miedos sobre los títulos, niveles… y prefieren darles
a sus hijos unos conocimientos básicos que ellos escogen para así sentirse,
ellos, bien. Otros temen mucho el qué dirán sus amigos, familiares,
vecinos…
Algo muy importante es que si la mamá o el papá no
están bien, no se sienten seguros, no están cómodos, tienen dudas, no son
auténticos, copian o imitan a otras familias… el Unschooling no podrá
“florecer” de ninguna manera. ¿Cómo va a aprender un niño de una forma autónoma
y satisfacer sus necesidades si ve que mamá o papá están mal? Primero tenemos
que tener un papá y una mamá felices para luego poder permitir que nuestros
hijos lo sean. No se puede ser Unschooler al precio que sea. Primero es la
relación con nuestros hijos y pareja antes que cualquier otra cosa.
He visto alguna mamá o papá sufriendo al dar
libertad a sus hijos y esa ansiedad, inseguridad, miedo… puede hacer más daño
que bien a los niños. Yo sufro y lo paso mal cuando mi hijo, Urtzi, se sube a
los arboles muy alto o escala muros. Hay momentos en que tengo que pedirle, con
respeto pero con firmeza, que por favor se acerque un poco más al suelo ya que
mi corazón va a mil. Hay mamás que también sufren si sus hijos no leen a los
6-7 años o no se saben las tablas de multiplicar. Y supongo que por eso les
enseñan o se las hacen aprender. En ambos casos hay miedo y falta de confianza.
Más vale una familia Homeschooler feliz que una Unschooler infeliz. Más vale
tener los niños en el cole que tenerlos
en casa con un/a mamá/papa estresada/o e irritable.
Una anécdota real: Hace 2 años, en Inglaterra nos
hicimos amigos de una familia Unschooler de la cual aprendí mucho. Al año
siguiente nos invitaron a pasar unos días en su casa y allí vi que el
matrimonio no llevaba nada bien el tema del Unschooling. La mamá era una
Unschooler convencida y muy radical pero el papá no estaba cómodo. El
necesitaba tener horarios para acostar los niños, más orden y rutina… Ella no
quería cambiar nada hasta que un buen día al cabo de unos meses me escribió
contándome que se habían separado por que el marido ya no podía sostener más la
situación… La cuestión es que al separarse ella tiene que trabajar más y por lo
tanto ha tenido que escolarizar a los niños.
Y yo me pregunto, ¿estos niños no hubiesen estado
mucho mejor con papá y mamá juntos aunque la mamá hubiese tenido que ceder un
poco en el tema del Unschooling? ¿No hubiese sido mejor tener que acostarse a
una hora determinada con mamá o tener que aprender algo en concreto que tener
que ir al cole y tener a papá y mamá separados? Pienso que un matrimonio es más
importante que querer ser Unschooler, en este caso.
Lo ideal sería poder dar a nuestros hijos lo que
legítimamente les pertenece y merecen pero, quizás, no siempre nos sea posible.
Me siento tan afortunada por poder llevar la vida
que deseamos y por poder darles a nuestros hijos toda la libertad, confianza y
respeto que merecen. GRACIAS!