Si me hubieran dicho hace 6 o 7 años que hoy estaría escribiendo esto, no lo habría creído ni por asomo. Si me hubieran dicho que mi dieta se basaría en verduras, frutas, cereales, legumbres y semillas, les habría llamado locos. De pequeña no tenía ningún amor por los animales, odiaba la crema de verduras y mi madre se las veía negras para intentar engañarme y meter un poco de calabaza en las lentejas. No comí ni una sola ensalada hasta pasada la mayoría de edad y mi dieta se basaba en filetes de toda clase, pescado frito, patatas y arroz blanco. No se puede decir que tuviera aparentemente una inclinación por una dieta vegetariana, precisamente…
Pero un día TODO cambió. Y cambió, como me suele ocurrir, de manera sutil pero muy radical. Con 18 años, volví a reencontrarme con un amigo al que yo le tenía echado el ojo desde hace tiempo. Cuando lo conocí no era vegetariano, pero siempre había comido en su casa comida muy equilibrada y sana, en general, y su madre llevaba años coqueteando con la idea de hacerse de una vez por todas vegetariana. Cuando me lo volví a reencontrar al cabo de los meses, me dijo que hacía algunas semanas había decidido ser vegetariano. Sinceramente, me pareció extrañísimo (nunca había conocido a nadie vegetariano) y no llegaba a comprender el porqué, pero siempre respeté su decisión y cuando venía a casa intentaba tener algo que él pudiera comer, aunque fuera un triste arroz blanco. Admito que caí en los mismos errores que cae la mayoría de la gente. Le ofrecía, por ejemplo, pasta carbonara, y cuando me decía “No, no quiero, es que lleva beicon”, yo le decía: “pero qué más da, si no lleva casi nada, no se nota”. Jajajaja! Me río ahora solo de pensarlo.
Poco tiempo después empezamos a salir como pareja y empecé a comprender las razones detrás de su decisión de ser vegetariano. Su motivo principal siempre fue una cuestión de salud (aunque también ama a los animales, pero creo que no fue el detonante) y yo sinceramente no llegaba a comprender por qué le daba tanta importancia. Al fin y al cabo, éramos jóvenes, teníamos “buena” salud… ¿por qué preocuparse? ¿por qué renunciar a “lo bueno”? Nunca me presionó para que yo siguiera sus pasos, aunque yo sabía que para él era importante que su pareja compartiera esta faceta tan importante de su vida.
En su casa comí por primera vez una ensalada y empecé a cogerle el gusto a los potajes de verduras, aunque admito que fue difícil acostumbrar a un paladar como el mío… Sin embargo, yo seguía sin estar convencida. ¿Por qué debería YO renunciar a comer carne si me gustaba? ¿No era más cómodo seguir comiendo lo mismo que había comido toda mi vida? ¿Por qué preocuparme por la salud si me encuentro de maravilla? ¿Cómo reaccionaría mi familia, mi mundo, antes una decisión tan “radical”? Este es el pensamiento que solía pasar por mi cabeza en momentos en los que me planteaba el hecho de poder ser vegetariana: “Sería fabuloso, pero no, YO NO PUEDO, a mí no me van las verduras, yo no necesito eso”.
Seguí con esa cantinela durante meses hasta que, mira tú por dónde, otra persona se cruzó en mi vida. Fui a visitar a mis tíos y primos, que viven en otra ciudad, y salió el tema del vegetarianismo en la conversación al enterarse la familia de que estaba saliendo con una persona vegetariana. Uno de mis primos, para mi sorpresa, me dijo que hacía poco había visto un documental que le había hecho cambiar muchas de sus ideas, y que aunque él no se había hecho vegetariano, sí había reducido la ingesta de carne y pescado drásticamente, a una vez a la semana como mucho. Ese documental era“Nuestro pan de cada día”, el documental que hizo que YO no pudiera seguir mirando hacia otro lado, que no pudiera seguir poniéndome una venda en los ojos y pensando en mí misma de manera egoísta, pensando que YO necesitaba comer carne.
Mientras me tapaba los ojos con la almohada viendo las horrendas imágenes que me mostraba el ordenador, tomé la mejor decisión de mi vida. YO no podía seguir participando en esto. No lo hice por salud (no encontré en ese momento que fuera una razón de peso, aunque ahora comprendo que sí lo es), ni siquiera lo hice porque amara a los animales. Lo hice porque ver la atrocidad que se comente ante cualquier forma de ser vivo te quema por dentro. Estoy segura de que a cualquier persona que vea este documental o cualquiera parecido, se le remueven las tripas. Hay gente que prefiere no verlo, claro, para no tenerse que quitar la venda. “Es que yo soy muy sensible para estas cosas”, me dicen. ¡Claro! Yo también. De eso se trata, de que somos personas sensibles que no soportamos ver el sufrimiento de ninguna forma de vida. Mirar para otro lado no hace desaparecer el problema. Yo vi esas imágenes y, por mucho que me costase, sabía que si quería ser consecuente conmigo misma y seguir mirándome cada día ante el espejo, DEBÍA EMPEZAR A TOMAR DECISIONES POR MÍ MISMA.
A los 19 años, un mes de abril de 2009, tomé la primera decisión libre de toda mi vida. La primera decisión que no estuvo condicionada por mi infancia, por mis profesores, por mis padres, por mis amigos o por la sociedad en la que vivo. La primera de muchas decisiones que me han hecho cambiar como persona y que me siguen maravillando día tras día.
Lo más difícil fue decírselo a mis padres. Ningún hijo quiere desilusionar a sus padres. Y hacerme vegetariana fue, además de un shock, una gran desilusión para ellos. Yo ya no formaría parte de sus comidas, estaba empezando a tomar decisiones que escapaban a su control. La mayoría de los padres tiene miedo, aunque les cueste reconocerlo, a que sus hijos sean diferentes, a que sigan caminos diferentes… También tenía ante mí un gran reto: empezar a cocinar A DIARIO mi propia comida. Por aquel entonces vivía con mis padres y yo no podía esperar que mi madre adaptara la dieta de la familia a mis necesidades, así que me preparé para aprender desde cero a cocinar y, además, platos vegetarianos, algo sobre lo que tenía un conocimiento nulo.
Ese mismo día le dije a mi madre que había decidido hacerme vegetariana. No exagero si digo que le entraron ganas de llorar. Sin embargo, desde el primer momento, me apoyó. Nunca podré estarle lo suficientemente agradecida. Lo que más pena le daba es que ya no podría nutrirme como madre. Yo le estaba diciendo que ya no necesitaba de su alimento. Sin embargo, aparte de la nutrición que me aporta por otros lado (no todo es comida, recuerden), mi madre ha intentado desde el primer día aprender recetas que yo pudiera comer y adaptar otras. Hoy puedo decir que mi plato favorito son las lentejas con calabaza de mi madre. Esas mismas lentejas que de pequeña ella me intentaba dar y que yo me negaba a comer.
A partir de ahí, el camino no fue fácil, pero tampoco hay que dramatizar. Cuando alguien da un cambio importante en su vida y decide hacer cosas contrarias a lo que hace la mayoría de la gente y la sociedad en la que vivimos, no suele ser fácil. Pero la alegría de saber que estás haciendo lo correcto y las recompensas que ello conlleva, hacen que todo merezca la pena.
Yo fui durante muchos años como la mayoría de la población, yo pensaba lo mismo que la mayoría, tenía los mismos argumentos y las mismas ideas, hasta que un día decidí que debía empezar a pensar por mí misma. Que si hacía algo de una manera debía ser porque YO quisiera hacerlo así, no porque todo lo mundo lo hiciera así o porque siempre se hubiera hecho así.
Cuando miro atrás y veo el cambio que di en pocos meses, siempre me vienen las mismas palabras a la cabeza: Si yo pude, cualquiera puede. No hay ninguna excusa que sea válida si somos honestos con nosotros mismos.
¿Cómo aprendí a ser vegetariana?
Hace unos días publiqué un post en el que explicaba por qué soy vegetariana. Una vez tomada la decisión, debía aprender cómo ser vegetariana. Sí, tuve que aprenderlo. Crecí comiendo poquísimas verduras, por lo que tenía que aprender un gran cantidad de recetas que mi madre no podía enseñarme. Además, hasta la fecha (tenía 19 años) tampoco se puede decir que hubiera pasado demasiado tiempo en los fogones, así que mi conocimiento sobre cocina era muy limitado. Por lo tanto, debía aprender a cocinar y, además, vegetariano.
¿Qué fue lo primero que hice? Me compré dos o tres libros llenos de recetas vegetarianas. ¿Y lo segundo? Pasé horas y horas en internet descubriendo decenas de blogs con recetas vegetarianas. ¿Lo tercero? Me metí en foros vegetarianos para leer experiencias de personas que hubieran pasado por la misma transición que yo. A partir de ahí, fui aprendiendo cada día, lentamente, deshaciéndome de viejos hábitos y aprendiendo una nueva forma de vida, llena de alimentos que ni siquiera había oído nombrar antes.
Como mi decisión de ser vegetariana llegó de la noche a la mañana, no fue una transición lenta y “natural”, como la de una persona que va dejando poco a poco de comer carne hasta que un día se da cuenta de que lleva semanas sin catarla. Así que las primeras semanas hice lo que pude. Recurrí al queso, al arroz, a las patatas, al tomate frito, a la pasta… a los pocos alimentos que había en mi casa que yo podía consumir. Pero me tuve que poner las pilas muy rápido, empecé a visitar herboristerías y a hacer la compra por mí misma. Metí en mi casa quinoa, mijo, avena, arroz integral, semillas, frutos secos y un sinfín de verduras. Fui probando recetas. Algunas fueron fracasos absolutos, otras éxitos que se han convertido en tradición.
Tras el drástico cambio de dieta de un día para otro, noté que dos cosas cambiaban en mi cuerpo. Lo primero y más notable, empecé a hacer caca a diario. Se supone que es lo normal, pero yo me escandalicé. Para mí los momentos en el baño eran muy esporádicos (no sé decir la frecuencia, pero a diario seguro que no) y más bien complicados. Así que me encontré en el baño cada dos por tres, pero todo fluía tan bien… ¡jajaja! Lo segundo que noté, algo más sutil, fue la ligereza que adquirió mi cuerpo. Me sentía liviana, ágil, más yo…
Pero también tuve las mismas dudas que todos los novatos: ¿estaré comiendo suficiente proteína?, ¿qué pasa con la vitamina B12?, ¿necesito algún suplemento? Mi intuición me ayudó y me sigue ayudando mucho para responder estas preguntas. Nadie puede responderlas por ti. Ni un blog, ni un gurú del vegetarianismo, ni un científico empedernido. Solo tú, escuchando a tu cuerpo, puedes responder. Personalmente, discrepo bastante con esas cifras y esos niveles de determinadas sustancias que se supone que TODOS tenemos que alcanzar. Cada persona es diferente, todos los cuerpos son diferentes y tienen diferentes necesidades. Yo no controlo el calcio que consumo, ni las proteínas, ni las vitaminas, ni me hago chequeos de sangre cada dos por tres. Como lo que mi cuerpo me pide, cuando me lo pide.
Los comienzos fueron difíciles porque tenía que encontrar tiempo para prepararme una comida equilibrada cada día y por aquel entonces tenía mi vida llena de actividades (universidad, idiomas, trabajo…). Pero tuve mucha suerte, porque 3 meses después de hacerme vegetariana, me fui a Suecia a continuar mis estudios y, tras un año fuera de la casa de mis padres y viviendo una vida independiente, volví como una auténtica cocinillas vegetariana. El invierno sueco, con sus varios metros de nieve, es el mejor escenario para pasar horas y horas en la cocina, aprendiendo y experimentando. Y, por si no crees que la vida es maravillosa, te cuento que en la residencia en la que viví ese año en Suecia solo había una persona vegetariana aparte de mí y, mira tú por donde, el “azar” hizo que fuera mi compañera de apartamento.
Así que mi transición al vegetarianismo tuvo los mismos obstáculos con los que se podría encontrar cualquiera: un pasado carnívoro, una familia que no comparte tu decisión, poco tiempo para dedicar a la cocina, analfabetismo vegetariano… Pero tuvo el ingrediente más importante de todos: fue una decisión tomada desde el ser.
NOTA: El testimonio de Paloma sé que puede ser de gran ayuda para más gente. Gracias Paloma por compartir tu experiencia. Este post de se lo dedico a una buena amiga la cual está haciendo cambios en su dieta. Ánimos!
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