Desde diferentes ángulos del espectro pedagógico se están realizando nuevas lecturas de las denominadas teorías de la desescolarización. Entre quienes piensan los paradigmas que abre el nuevo contexto tecnológico, quienes indagan alternativas al sistema educativo tradicional o quienes especulan con las posibilidades de articular una pedagogía postmoderna, líquida o ecológica, se está volviendo a los textos que publicaron autores como Ivan Illich, Paul Goodman, John Holt o Everett Reimer. En ese sentido, quizá haya llegado el momento para los historiadores de la educación de estudiar con detenimiento los trabajos publicados hace cuarenta años por esta generación de autores para saber más sobre los motivos, las razones, los objetivos o las ambiciones de cambio que se escondían detrás de esta corriente teórica de la pedagogía. Un análisis que es clave para conocer en qué grado las intuiciones o principios teóricos presentado por estos autores pueden aportar algo, o no, al debate actual de la pedagogía.
El pasado mes de febrero fue publicado en el primer número de la revista Historia Social y de la Educación el artículo “Las teorías de la desescolarización: cuarenta años de perspectiva histórica” (ir al texto). En este trabajo he intentado presentar una reflexión de carácter histórico, y muy general, sobre la forma en que las teorías de la desescolarización han sido recibidas por la pedagogía en los últimos cuarenta años. El objetivo del texto es atisbar las posibilidades que ofrece su reformulación en el nuevo contexto de la primera década del siglo XXI.
En ese sentido he creído importante señalar que la característica definitoria de esta corriente fue que, lejos de ver en las instituciones educativas las instancias que podrían ayudar a conducir el cambio social o la regeneración cultural, detectó en su desempeño el obstáculo clave para frenar todo cambio social y cultural significativo. A pesar de que con demasiada frecuencia diferentes nombres han sido vinculados a este movimiento pedagógico, es posible destacar cuatro autores principales que compartieron este posicionamiento respecto a la escuela al inicio de los años setenta, y que representan los lineamientos teóricos propios de la crítica desescolarizadora: Illich, Reimer, Goodman y Holt.
Estos autores, a nivel teórico, compartieron un posicionamiento crítico que les llevó a estudiar las instituciones educativas como los espacios más nocivos, absurdos, insidiosos, contradictorios y decadentes de cuantos el ser humano moderno había levantado en los últimos siglos. Desde una perspectiva de estudio fenomenológica no escatimaron en calificativos para definir la labor de destrucción cultural que las escuelas como instituciones educativas desempeñaban. Asimismo, consideraron que más allá de su contribución al empobrecimiento de la cultura en occidente, el peligro estaba en que amenazaban con expandir su influencia por el mundo entero a la sombra de los grandes planes de desarrollo promovido por las potencias económicas del momento y su retaguardia de instancias internacionales afines a la causa, esto es: Banco Mundial, Iglesia católica, Fondo Monetario Internacional, UNESCO o la Alianza para el Progreso. Para estos autores la sociedad meritocrática que propiciaban, la ignorancia moderna que estimulaban, la incapacidad psicológica para resolver los propios problemas más allá de las recetas institucionales que fomentaban entre los individuos o la tendencia a pensar que el conocimiento y el aprendizaje podía ser medido, planificado y evaluado bajo estándares uniformes que promovían, hacían de las escuelas un objeto de crítica primordial para todo cambio político, económico, social y cultural a nivel mundial.
Con todo, transcurridos cuarenta años de la articulación teórica de la corriente pedagógica de la desescolarización algo poco conocido por quienes se han interesado por esta corriente de la pedagogía del siglo XX es que, mientras que pensadores como Goodman y Reimer apenas publicaron más trabajos posteriores a sus afamados libros de los años sesenta y setenta, Holt continuó elaborando nuevos argumentos críticos contra las instituciones escolares que son la base actualmente de movimientos como el homeschooling o unschooling, o que Illich, en sus trabajos publicados en los años ochenta y noventa, marcó una distancia significativa con la desescolarización y la crítica a las escuelas.
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