Todos compartamos un altísimo respeto por la educación escolar y pretendemos enviar a nuestros hijos a la “mejor escuela”. Pero ¿Qué significa la “mejor escuela”? Aquella en la que “aprenda más”. ¿Qué debería aprender? Inglés, claro, sin inglés no irá a ninguna parte. Y computación, para conseguir trabajo. Y matemáticas. También consideramos una “buena escuela” aquella donde “hay muchísimas actividades” Aunque por debajo de los propósitos bienintencionados hay otra realidad: el niño debe estar en algún lugar todo el día porque la madre y el padre, -si es que hay uno- trabajamos. ¿Quién lo cuidaría? No hay otros adultos disponibles. Además todos los niños van a la escuela. Es decir, que una cuestión muy importante es la organización social: los niños van a la escuela mientras los padres trabajamos.
¿A nuestros hijos les gusta ir a la escuela todas las mañanas? ¿Van felices y piden por favor que los llevemos? ¿No? ¿Entonces por qué los llevamos? ¿Porque nosotros lo hemos pasado peor que ellos y ahora es nuestra revancha?
Justificaremos diciendo que si un niño no va a la escuela, no encontrará a otro niño en ninguna parte. Esa necesidad de que los niños se relacionen con sus pares, es algo que hemos delegado en la escuela aunque no es su función. Ahora bien, a mayor tiempo pasado en la escuela, menor tiempo pasado en casa. Esto significa que el niño tendrá menos tiempo de intimidad familiar, menos juego, menos contacto cariñoso con sus padres o hermanos. En este punto ya tenemos al niño en peores condiciones emocionales.
Y pensando en el maestro ¿a alguien le importa qué capacidades emocionales tiene para abordar a los niños en toda su dimensión? ¿La escuela se ocupa de formarlo dentro del abanico del conocimiento humano, de la psicología y la espiritualidad? ¿Un maestro puede estar a cargo de un grupo de niños sólo por saber matemáticas o inglés? ¿Por qué delegamos el acceso al saber, la educación y los valores morales en personas que apenas conocemos?
Qué lío. Sin embargo, ¿nos arriesgaríamos a imaginar una escuela creativa, adaptada a las necesidades reales de cada niño; alegre, divertida, donde cada uno sea invitado a desarrollar sus mejores virtudes? ¿Sería tan difícil enseñar aquello que nos apasiona en lugar de enseñar aquello que es obligatorio? ¿Somos capaces de aprender de los niños? ¿Nos atrevemos a respetar a los niños, incluso si no hemos sido respetados? ¿Podemos sanar esa rabia hoy, haciendo el bien a los demás? ¿Nos interesa construir un mundo donde ir a la escuela sea tan bonito, alegre y saludable como ir de paseo? Qué mundo…qué mundo sería ese, con escuelas repletas de niños felices. Qué inteligentes y sabios serían.
Laura Gutman
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